El libreto

Este no es el texto definitivo. Al cierre de la edición, el compositor, Michael Berkeley, todavía se encuentra preparando el segundo acto. Ya ha comenzado la selección del reparto; en 2008 empezarán los ensayos para el estreno, previsto para el mes de mayo en Brecon, en el Music Theatre de Gales. En el ínterin es posible que cambien determinadas líneas o fragmentos de éstas. Los corchetes indican problemas compositivos aún pendientes de resolución. I. M.

Orquesta de Cámara de San Pedro Sula. Imagen vía.

 

Acto primero

E s c e n a   p r i m e r a

Luces apagadas. La orquesta realiza los últimos preparativos. Los violines tocan notas al aire, el metal y el viento-madera fragmentos inconexos, etc. Poco a poco, el caos va remitiendo.

Mientras, Charles Frieth, batuta en mano, se encamina hacia el proscenio y se coloca frente a la orquesta. Es un eminente compositor de sesenta y tantos años, que en este momento ensaya una de sus obras de juventud.

De entre la penumbra aparece su secretario, Robin, que acude junto a él.

Maria, la renqueante y desgarbada gobernanta polaca de los Frieth, permanece en segundo plano.

 

Charles No me lo digas.

Conozco esa mirada.

¿Por cuánto tiempo más puedo disponer de ellos?

Robin Sólo veinte minutos. Más no, o habrá que pagarles horas extra. Ya sabe lo estrictas que son las normas, Maestro.

Charles Al diablo con tus normas.

Robin No son mis normas.

Charles He dicho que al diablo con ellas.

Levanta la batuta.

Ha sido una mañana muy larga.

Estoy fatigado y descontento.

Empiezo a impacientarme.

Volvamos a intentarlo, desde la letra D,

el tutti en piano

Se seca la frente con una toalla, que deja caer en manos de Maria. Comienza a dirigir, y la música se va encauzando.

Con ternura…

Con dulzura…

¡Ahora! ¡Con fuerza!

Charles, absorto en sus pensamientos, se aleja del proscenio, y mientras continúa sonando la música, hace una confidencia.

Ya no me conmueve

la música de mi juventud,

cuando era un desconocido

que vivía sólo de sexo,

cigarrillos y comida rápida,

cuando me enamoraba una semana sí y otra también.

Percibo con nitidez cada una de sus densas líneas,

la comprendo, incluso la admiro,

pero no logro recobrar la pasión,

el ansia, la avidez,

la sed de nuevos descubrimientos que animaba a aquel joven.

Ya no me conmueve.

¡El coche ya está listo, señor!

¿La mesa de siempre, Maestro?

El ministro de Cultura le aguarda.

Es un hombre famoso casado con una mujer acaudalada, pero

su juicio comienza ya a menguar y sus energías a desfallecer;

el peso de los años ha mermado su resistencia, su osadía y su vigor.

El inexorable avance de la decrepitud.

¡Alto! ¡Basta ya! ¿Qué puedo hacer para detenerlo?

Se coloca de nuevo ante la orquesta.

¡Alto, alto, alto!

Maldita sea, coño, ¡he dicho alto!

¿Creéis que muevo los brazos para nada?

Mientras Charles despotrica, la orquesta se va deteniendo de forma paulatina y desordenada. Se hace el silencio.

Ni me he quedado sordo del todo ni estoy gagá.

He oído una nota falsa, desafinada, que me ha hecho rechinar los dientes: un Fa sostenido que tendría que haber sido un Sol. Ha sido la trompa. Sí, tú. Has sido tú, querida.

Joan se levanta, instrumento en mano. Ansioso e inquieto, Robin da un paso al frente.

[¿Trompa obbligato?]

Robin Charles, es una instrumentista muy prometedora.

Charles Tú, querida. Sí, tú.

Joan He seguido la partitura lo mejor que he podido.

Robin No, por favor; por Dios, otra vez no…

Charles ¿Es la primera vez que tocas ese chisme?

Joan Era una nota aguda, caía casi fuera del registro del instrumento.

Robin Humillación, perdón y por último, seducción.

Charles ¿Sabes siquiera por qué extremo se sopla?

Joan Volveré a intentarlo. Por favor, déjeme volver a intentarlo.

Trío

{Robin

{Charles, es una instrumentista muy dotada.

{No, por favor; por Dios, otra vez no…

{Humillación, perdón y por último, seducción.

{Charles

{Tú, querida. Sí, tú.

{¿Es la primera vez que tocas ese chisme?

{¿Sabes siquiera por qué extremo se sopla?

{Joan

{He seguido la partitura lo mejor que he podido.

{Era una nota aguda, caía casi fuera del registro del instrumento.

{Volveré a intentarlo. Por favor, déjeme volver a intentarlo.

Joan, alterada, se marcha. Charles hace lo propio unos instantes después. Robin se queda con la orquesta.

Joan (entre bastidores) Por favor, déjeme volver a intentarlo.

Charles (entre bastidores) Tú, querida. Sí, tú.

 

E s c e n a   s e g u n d a

La sala de estar de la casa londinense de los Frieth. La esposa de Charles, Antonia, observa mientras Simon Browne, cirujano, admira copa en mano una pared llena de cuadros.

 

Antonia Ha sido todo un detalle que hayas venido a verme a casa.

Simon Estoy aquí en calidad de viejo amigo, no de médico.

Antonia Tendría que estar aguardando el turno en tu sala de espera.

Simon Así tengo otra oportunidad de contemplar estas maravillas… Ancher, Munther, O’Keeffe. Y a ti.

Antonia Hay quien sostiene que algunas de estas pintoras estuvieron a punto de alcanzar la grandeza.

Pero Simon, ¿te das cuenta del miedo que tengo?

No soporto la idea de volver a pasar por el quirófano.

¿No podemos retrasarlo un poco más?

Perdona que te lo pregunte: ¿no hay alternativa?

Simon Una resección y una biopsia; así nos quedaremos tranquilos de una vez.

Se trata de una intervención relativamente sencilla.

Créeme cuando te digo que no hay alternativa y que tenemos que actuar ahora.

Hace una pausa.

¿Qué te preocupa? ¿El fantasma de siempre?

Antonia Sí; lo sé, es ridículo.

El fantasma de siempre.

La anestesia. La anestesia general.

Qué siniestra me resulta la palabra «general».

Simon En la actualidad no comporta ningún riesgo. ¿Cuántas veces he de decírtelo?

Antonia Me aterra ese momento de inconsciencia, ese ensayo de la muerte. Primero, el sonriente camillero que viene a recogerme a la planta.

Me hace pensar en Caronte, el barquero,

transportándome al otro lado de la laguna Estigia.

Luego pienso en los pasillos, en los fluorescentes del techo,

en el ascensor que conduce a una estancia pequeña y especial,

en las voces tranquilizadoras,

en la inserción de la cánula, en el veneno químico,

en el frío que me sube por el brazo

a una velocidad trepidante,

y luego nada. Nada.

Simon Exactamente, nada, y nada que temer, y cuando despiertes…

Maria entra con una bandeja sin que se percaten de su presencia.

Antonia Si es que despierto. ¿Qué fue lo que escribió el poeta sobre la muerte? La anestesia de la que nadie se recupera.

Simon Es mejor no pensar en Larkin en un momento así.

Antonia Sé que piensas que soy una neurótica.

Simon Sé que no eres feliz.

Hace una pausa.

¿Dónde está Charles? ¿Lo sabe?

Oí su concierto por la radio.

No voy a decir que su música me guste.

Las notas dan la impresión de estar ejecutadas al azar… ¡Y vaya estridencias! ¡Parece un coro de gatos!

Pero en fin, yo soy uno de esos tipos simplones que prefieren a Vivaldi.

Antonia Se ha quedado trabajando hasta tarde.

Simon ¿Otra vez?

Antonia Ha vuelto a quedarse trabajando hasta tarde.

Nos aferramos a la palabra «trabajo»,

El trabajo es nuestro eufemismo de andar por casa.

La nuestra es una vida privilegiada sustentada en la mentira.

Simon (en voz baja)

Tienes que preparar la maleta.

Vendré a recogerte esta noche,

si encuentro una cama libre.

Se aproxima a ella y vacila.

Tengo demasiado que decir.

Antonia Así es. Demasiado que decir.

Simon Y decirlo es imposible.

Antonia Imposible e innecesario.

Simon Porque ya lo sabes.

Antonia Lo sabemos.

Simon Sólo silencio.

Antonia El silencio lo dice todo.

Las últimas frases se repiten y se solapan.

Simon recoge su abrigo.

Simon Llego tarde. Tengo que dejarte. Mis obligaciones médicas me reclaman.

Antonia ¿El hospital? ¿A estas horas?

Simon En el Garrick celebran una recepción en honor de un cirujano que se jubila. Habrá relucientes bandejas de canapés,

una aglomeración de colegas indecente de puro numerosa y

discursos empalagosos y rebosantes de entusiasmo hueco.

Creo hablar por todos al decir

que no vivimos en una época propicia a hablar con claridad.

Antonia, no tienes por qué preocuparte,

Todo saldrá bien.

Antonia Tienes que marcharte.

Al darse la vuelta, reparan en Maria. Simon la saluda con una inclinación de la cabeza al salir.

Antonia Maria, ¿cuánto rato llevabas ahí?

Maria Acababa de entrar ahora mismo con un refrigerio para su visita.

Antonia No te he oído.

Maria Como la puerta estaba abierta, y el doctor ya se marchaba…

Deposita la bandeja en la mesa.

¿Serán dos para la cena de esta noche?

Antonia Esta noche yo no voy a cenar. Estaré en mi habitación; no quiero que me molesten.

Sale Antonia.

 

E s c e n a   t e r c e r a

Maria Estoy de acuerdo: una vida privilegiada sustentada en la mentira.

Pero nadie me pide mi opinión…

Maria, que prepara cenas íntimas para el señor a horas intempestivas,

Que lava las sábanas sucias dejadas por sus amoríos,

Que retira la taza con la puñetera cicatriz de carmín,

Que lo ve todo,

La miseria que impregna esta casa porque en ella nadie habla.

¡Y hay que ver con qué mujeres tan indignas pierde el tiempo!

Ella protesta, y se queja de sus fechorías,

de esas transgresiones que también querría cometer.

Pero prefiere optar por una fidelidad tan virtuosa como inútil

y un sufrimiento amargo y prolongado,

porque así puede sentirse superior y trágica

mientras se ocupa de su única carrera: su enfermedad.

Ni siquiera está dispuesta a besar al buen doctor, que bebe los vientos por ella…

Claro que se casó con el hombre más excitante del mundo, un león entre hienas,

un genio, dicen. Yo digo que es un dios.

Cuando entra en una habitación, la inunda de luz dorada.

Son los detalles los que me cautivan:

el ángulo viril de la mandíbula,

los pelos oscuros y ensortijados del dorso de la muñeca,

la pálida mano que sujeta la batuta,

la mirada penetrante de esos ojos castaños,

esa voz cálida y poderosa…

Ella se casó con él, lleva su apellido, pero no logra apartarlo

de otras mujeres.

 

Ay, qué lástima…

Yo le daría lo que quiere.

Me lo puedo figurar.

Conozco sus necesidades,

las pequeñas crueldades sensuales que le gusta infligir: anales y orales, y también posturas extrañas.

Tengo muchos más recursos de lo que parece.

¡Si lograra expulsar de su vida al resto de mujeres

su música sería sólo para mí y yo le haría feliz!

¡Feliz hasta el delirio!

¡Sería mío y sólo mío!

Entra Robin.

Robin Ah, Maria, sólo eras tú.

Me preguntaba quién andaba por aquí.

Anda, sé un cielo y prepárame un café.

Charles me ha dado un día espantoso.

¡Menudo fariseo engreído e imbécil!

Es un chulo, un farsante y un mediocre.

Dios santo, hasta empiezo a hablar como él.

¿Qué tal una cafetera y un plato de queso…

Silencio furioso

… con unos pepinillos?

Maria Ya sabes dónde está la cocina.

No me pagan por servirte a ti.

¡Y déjalo todo bien recogido!

Robin ¿Todos los polacos sois iguales?

Maria Los polacos acostumbramos a decir lo que pensamos.

Robin Siempre tuve ganas de conocer tu país, pero acabas de quitármelas.

Maria transige y le lleva la bandeja hasta el lugar donde está sentado.

Maria

Canción

Ay, Robin, no dejes de ir.

Polonia es muy bella y triste.

Tenemos bosques vírgenes,

como los que en Inglaterra perdisteis

quinientos años antes,

donde cazan los lobos y las águilas,

y ríos cristalinos a los que se puede arrimar los labios y beber.

Robin ¡Qué romántico! Tengo entendido que las ciudades

son más bien lúgubres, separadas entre sí

por campos de patatas

donde no hay un solo árbol.

Maria Los ejércitos invasores del este y del oeste

no tuvieron la previsión de arrasar esa belleza imperecedera

aunque casi lograron arrasar nuestro espíritu.

Pero ahora que somos libres

Un nuevo motivo de pesar

asola nuestros corazones.

La preciosa ciudad en la que me crié,

está enmudeciendo y envejeciendo.

Nosotros, los jóvenes —los fontaneros, enfermeras y carpinteros

que tendríamos que estar construyendo una Polonia nueva—

huimos hacia el oeste, atraídos por el dinero.

Robin No le echéis la culpa al dinero, culpaos vosotros.

Si de verdad te importa tu ciudad natal, vuelve allí o deja de quejarte.

Charles (entre bastidores) ¡Robin, te necesito! Maldición, ¿dónde te has metido?

Robin ¡Otra vez no! ¡¿Es que nunca voy a tener un momento de reposo?!

Maria Pues dimite ya o deja de quejarte.

Entra Charles. Alguien le acompaña, pero no se distingue muy bien quién.

 

E s c e n a   c u a r t a

Charles (exultante, manuscrito en mano) ¡Ah, Robin,

alias el escurridizo!

Siempre te ocultas cuando te necesito.

¿Ya has transcrito todas las partes orquestales para el ensayo de mañana?

Robin Lo hice la semana pasada.

Charles He de insertar algo.

Tendrás que quedarte en vela toda la noche.

Treinta y dos compases para un solo de trompa… la melodía flota, retoza, se precipita con dulzura, suavemente, acompañada por las cuerdas en sordina…

En ese momento Joan se deja ver.

Robin (aparte). Un instante de belleza pura en horizontal… ya sé lo que tenía que insertar.

Joan ¡Qué emoción!

Hemos tenido nuestras diferencias,

pero hicimos las paces en un santiamén.

Y ahora estamos muy compenetrados.

Charles Querida y maravillosa Maria,

sin cuyo concurso la casa se vendría abajo,

necesitaremos champán y una cena para dos,

en el estudio.

Me aterra ese momento de inconsciencia, ese ensayo de la muerte

Maria ¿Estofado de liebre o goulasch?

¿Venado o dorada?

¿Cómo querrá las patatas, en puré o salteadas?

¿Remolacha a la sal?

¿Higos al oporto con helado de lavanda?

Charles Me da igual. Limítate a traerla.

Gracias a estos treinta y dos compases, mi Alborada del demonio, desbocada síntesis de cuanto sé y he sentido jamás, amanece y cobra vida de nuevo.

Mi querido muchacho, pasarás a la historia

como aquel que tuvo el privilegio de transcribir estas partes.

Joan Nunca, desde los tiempos de Britten —¡qué digo, desde los de Mozart!—

tuvo la trompa tamaño amigo.

Robin Llega mi única noche libre y me toca quedarme trabajando hasta la hora del desayuno… Permítame que se lo agradezca desde lo más profundo de mi insignificante corazón.

Maria (aparte) «Querida y maravillosa Maria

sin cuyo concurso»… Debo de estar soñando,

casi no me tengo en pie.

Me ha transmitido un mensaje en clave

para que esta fulana arribista no se entere.

Charles Y Joan es una instrumentista tan sensible y diestra, que toca con tal delicadeza… Creo que ella me entiende.

Robin Nadie lo duda.

Joan Por ti daré siempre lo mejor de mí misma.

Charles Maria, ¿podría hablar un momento contigo en privado, por favor?

Maria ¡Ay, corazón…!

Le acompaña.

Robin Humillación, perdón y seducción, todo en una sola tarde. Hay que ver el vigor predatorio que ponen los que acaban de llegar a viejos en gastar la poca calderilla que les queda.

 

E s c e n a   q u i n t a

El estudio de Charles.

Charles ¿Qué tal ha pasado Antonia el día? ¿Ha quedado con alguien?

¿Ha salido? ¿Estaba triste?

Maria No más de lo normal.

Estuvo abatida pero a la vez inquieta, ya sabe;

intentó leer, intentó comer, vio media hora de televisión,

y se dedicó a pasear de un lado a otro de la casa.

Pero se animó cuando apareció su buen amigo el doctor.

Charles ¿Otra vez por aquí?

Este Simon… nunca anda lejos de la cabecera de la cama de sus pacientes.

¿Se quedó mucho rato?

Maria A mí no me gusta tener que decir estas cosas,

y no es asunto mío…

Charles Pero mío sí, así que cuéntame…

Maria No quise fijarme, no me gusta ser fisgona.

Estaban muy próximos el uno al otro,

él la cogió de la mano, ella le miró fijamente,

y él dijo no sé qué de una cama…

Charles ¿Una cama? ¿Que dijo algo de una cama?

¿A qué insidiosa lógica obedecen estas náuseas

que me han entrado de repente?

Maria Está claro que a él le gusta…

Charles ¿Que le gusta?

Maria Que le tiene cariño, vaya…

Charles ¿Cariño? Quieres decir…

Maria Quiero decir que la a…

Charles ¡La ama!

Ay, qué perspicaz es el ojo clínico.

Y ella…

Maria Ella aún es joven. Se siente desatendida,

se cree hermosa,

se cree enferma,

y está sumida en el dolor.

Charles Necesito estar solo. Lo comprendes, ¿verdad?

Sale María.

Está sumida en el dolor porque

la abandono en aras de mi trabajo,

y de mis… pasatiempos.

No tengo ningún derecho a estar furioso,

pero tampoco puedo negar que lo estoy.

¡Un hombre trata de seducir a mi esposa ante mis narices,

en nombre de la medicina

y en mi propia casa!

¡Ya le enseñaré yo doble moral! ¡Con mis dos puños!

¡Hijo de perra tramposo y embustero, vergüenza de la profesión!

Debo de estar perdiendo el juicio.

Sé muy bien que yo también soy culpable.

Ella «aún es joven», «se siente desatendida» y «está sumida en el dolor»,

pero la mujer que aguarda en la habitación de al lado

es la quinta en lo que va de año, quizá la sexta.

Antonia, bondadosa y fiel…

Siempre fue ése nuestro acuerdo.

Pero, ¿tendré voluntad suficiente para parar?

Odio al médico y me odio a mí mismo.

Maria, te necesito. ¡Maria!

(¿Tendré voluntad suficiente? Necesito que alguien me haga avergonzarme a tal punto que me obligue a cumplir mi palabra.)

Entra Maria.

Maria, he tomado una decisión importante.

Quiero que seas testigo de mi promesa.

La chica a la que acabas de ver es la última.

Lo prometo aquí y ahora,

ante ti.

Maria ¿Me hace esta promesa a mí?

Charles Sí, a ti. Tú me conoces bien.

Te hago esta promesa a ti.

Ella es la última, te lo juro.

Cuento contigo para que me obligues a cumplir con mi palabra.

Sale Charles.

Maria Podría decirme a mí misma que no ha sido más que un sueño,

un episodio psicótico, que la fuerza del deseo me nubla el juicio,

que me dejo llevar por la fantasía…

pero lo que sé, lo sé.

Como todos los hombres, apenas se comprende a sí mismo.

Y ahora se da cuenta, al fin,

de lo que yo siempre he sabido.

Es a mí a quien le ha hecho su [vana] promesa,

y [pero] ya es casi, casi mío.

 

E s c e n a   s e x t a

El estudio de Charles. Joan y él, inmóviles y acostados en una cama, entre sábanas revueltas.

Joan Dicen que una erección nunca miente.

Pero también es elocuente que desaparezca en cuanto la toco.

Charles No lo entiendo,

sencillamente no lo entiendo.

Joan A lo mejor me encuentras fea o piensas que soy demasiado exigente.

Charles No se trata de eso en absoluto.

Eres preciosa y me encanta que seas exigente.

Por favor, no te vistas.

Es la primera vez que me pasa algo así.

Joan Los hombres siempre decís lo mismo. [+ pausa —a lo mejor es que eres demasiado viejo]

Charles [No digas eso] Y no te vistas.

Ven y siéntate a mi lado.

Eso es. Y bésame. Bésame.

¿Ves? Mucho mejor.

Te resarciré, te lo prometo.

Continúan abrazándose y besándose.

Joan Pues sí, eso está mejor. Ya veo.

Perdóname por lo que te dije antes, estaba alterada.

Me encantan tus besos, y

ya te empiezo a notar…

Charles Ya verás como todo sale bien, hermosa.

Mi apetito no ha remitido en absoluto…

Aparece Maria con una bandeja.

Maria Para usted…

Remolacha a la sal,

y luego venado,

exactamente lo que solicitó…

Charles Eres muy amable, pero…

Maria Higos al oporto, un vino con mucho cuerpo,

ideal para una cena de trabajo entre músicos afanosos

que no saben nunca cuándo parar.

Maria va de aquí para allá, decidida a separarlos, ahuecando almohadas y preparando una mesa para que Charles y Joan puedan comer en la cama.

Antes de que les dé tiempo a protestar, ya están ante el festín.

Charles Maria, eres muy amable,

pero deberías haber llamado.

Maria La bandeja pesaba mucho

y no tenía las manos libres. ¿Descorcho el vino?

Coge la botella. Alguien llama a la puerta abierta.

Charles ¿Quién demonios será ahora?

Entra Robin.

Robin Ah, Maestro, veo que está ocupado. Da igual.

Hay un problema con la partitura.

Faltan cuatro compases de las cuerdas.

Charles ¿Que faltan cuatro compases? ¡No digas majaderías!

¡Por todos los santos, los violines se repiten!

¿Estás ciego? ¿Acaso no ves la indicación?

Robin No hay ninguna indicación, y mi vista es excelente.

Entra Antonia con una maleta, seguida por Simon.

Charles ¡Dios mío! Lo que me faltaba. Me deja por el médico y su cama.

Antonia se aproxima.

Antonia Habíamos acordado que nunca te traerías trabajo a casa.

¿Quién es? ¿La flautista casada con un banquero,

la arpista que tiene un hijo autista

o la violonchelista con casa en Gales?

Joan Ninguna de las tres. Yo toco el corno francés.

Antonia Claro, el cuerno de la abundancia.

Joan Eso ha sido de lo más vulgar.

Antonia No, querida, tú eres de lo más vulgar.

¿Te ha ofrecido tu solo de treinta y dos compases?

¿Y el concierto? ¿Te lo ha prometido ya?

Joan se levanta de la cama, furiosa.

Joan (a Charles) ¿Conque así son las cosas? ¿Siempre es igual?

Antonia No eres más que una variación sobre un mismo tema.

Sexteto

(Mientras Simon intenta llevársela, Charles le suplica a Antonia; Robin interpela a Simon; Joan se viste con ademanes furiosos; Maria se mantiene al margen.)

{Charles —Te estoy perdiendo muy a mi pesar.

{Antonia —Escenarios de dolor: el hogar y el hospital.

{Robin —Qué enormes penas lleva aparejada la arrogancia de la celebridad.

{Simon —No vivimos en una época propicia a hablar con claridad.

{Joan —¡Mira que ofrecerle a todas sus amantes treinta y dos compases que tocar!

{Maria —Él ya ha hecho su promesa y yo velaré por su lealtad.

Tutti

Silencio y falsedad,

ambición y fracaso,

música, amor y autoengaño:

todos los elementos de una confusión letal.

 

Fin del primer acto.

 

Acto segundo

E s c e n a   P r i m e r a

Hospital. La cama de Antonia está rodeada por los tubos y cables del equipo de soporte vital.

A medida que empieza a desperezarse, el ritmo constante del monitor cardíaco marca la pauta de sus pensamientos.

Antonia (semidormida) Ella aguardaba su regreso

sin decir palabra.

Se despierta

Canción

En la frontera de la memoria con el sueño

vi a una pareja en un puente de Londres,

entre la nieve, antes de caer la noche.

Cogidos de la mano, locamente enamorados,

llenos de planes y de risas ufanas,

pasearon hasta el otro lado.

¡Ay, cuánta ternura había en sus caricias!

¡Cuántos cuidados se prodigaban en el lecho!

Con el dinero de ella y el trabajo de él, juntos serían libres…

Ni siquiera se imaginaban hasta qué punto la vida adulta

podría embotar su amor.

Un día, por fin, llegó la inspiración,

seguida por un estruendo de aplausos alborozados,

de sonoros elogios, de una fama vertiginosa,

de reseñas biográficas, de fiestas, de puertas que se abrían.

Él creció hasta dimensiones leoninas

y su ambición musical se desbordó,

mientras ella menguaba hasta abultar

lo que un ratón doméstico.

Viajes, conciertos, hoteles,

mujeres de tierras exóticas…

El mundo se tornó más estrepitoso y triste.

Él no podía permitirse tener hijos: resultaban incompatibles con su trabajo…

La casa era silenciosa y fría.

Y yo aguardaba tu regreso

sin decir una palabra.

Un foco de la batería se enciende y muestra a Charles sentado en una silla, con el abrigo puesto.

Charles Recuerdo aquella nevada en el puente

cuando cruzamos el río para asistir a mi primer concierto

en el Festival Hall. Mientras caminábamos

cantábamos una pieza de La flauta mágica:

Mann und Weib und Weib und Mann

Qué felices éramos, dios mío.

Se acerca a la vera de su cama.

Antonia Tu concierto para oboe, tan elegante y libre…

Me dijiste que era una carta de amor hecha música.

Y cuando aquel gentío te dejó marchar

bebimos champán en una azotea junto al río…

La ciudad, a nuestros pies, era blanca y estaba en silencio.

¿Qué fue lo que escribió el poeta sobre la muerte? La anestesia de la que nadie se recupera.

Charles Aquella terraza pertenecía a un millonario,

ya ni me acuerdo de su nombre.

Antonia Y bailamos en la nieve…

Charles Ebrios de música y amor.

[Cambio repentino]

Antonia (agitada) Pero al cabo de un mes te follaste a la oboísta.

Entonces empezó la interminable retahíla

que bautizamos civilizadamente como tu «trabajo».

Charles No pienses en esas cosas; acabas de salir

de una operación muy delicada.

Antonia ¿Acaso hay mejor momento que tras semejante carnicería?

Charles No puedo pedirte que me perdones por cosas que hice

una y mil veces. Después de todos estos años, volver a disculparme

sería como insultarte.

Antonia (apaciguándose) Por una vez dices la verdad.

Charles Sólo te pido paciencia. Dame

tiempo para ganarme tu confianza, para demostrarte

no con palabras, sino con hechos, que he vuelto.

Atravesemos otro puente juntos.

Antonia Apenas puedo moverme, siento que me hundo, pero

a la luz de la morfina lo veo todo claro.

Creo que sabes que hay un hombre que me ama.

Entran Simon y una enfermera, inadvertidos.

Estás herido en tu orgullo y te reconcomen los celos.

Arrepentirse, cambiar de veras, es algo muy distinto.

A ti sólo te mueve el furor de la posesión, esa incorregible costumbre

tuya de apoderarte de lo que crees que te pertenece.

Charles (se precipita junto a la cama) ¡No digas esas cosas!

Cariño, quiero demostrarte que

he cambiado. He tomado una decisión,

he prometido solemnemente…

Sin querer, Charles le da un golpe a una máquina de monitorización, derribándola.

Simon y la enfermera se apresuran a apartar a Charles de la cama.

Simon ¡Apártese de esos cables! ¿Pero dónde tiene

la cabeza? ¿Acaso intenta matarla?

Enfermera Su vida depende de esas máquinas.

No debe acercarse tanto.

La enfermera se inclina hacia Antonia, que va quedándose dormida.

Charles Hablando de vilezas… mira a quién tenemos aquí.

Simon (mientras se lleva a Charles hacia la puerta) Déjela en paz.

Necesita descansar. Lo mejor será que se vaya.

Charles Tengo que hablar con ella. Necesitamos estar solos.

Enfermera ¡Por favor, nada de peleas en la habitación!

Simon Es usted quien necesita estar solo; lo que ella necesita es descansar.

Es mi paciente y sé perfectamente lo que le conviene.

Charles Sí, ya estoy al tanto de sus ideas.

¿Sabía que existen normas éticas

entre médicos y pacientes?

Y, además, en mi casa

rigen ciertas normas de hospitalidad

de las que usted, amigo mío, ha abusado.

Simon Aquí en el hospital soy yo quien tiene la última palabra.

Le he pedido que se marche. ¿Quiere que llame a seguridad?

Charles (furioso, mientras sale) Sólo los débiles se escudan en la autoridad…

Ya veo los cuidados que le prodiga. Pero escúcheme, doctor…

Como se le ocurra aprovecharse de su posición

haré que le despidan. Usted dirá lo que quiera,

¡pero ella es mi mujer y me pertenece sólo a mí!

 

E s c e n a   S e g u n d a

La casa londinense de los Frieth. El estudio de Charles. María hace la limpieza. Robin está sentado a la mesa, rodeado por pilas de partituras manuscritas. Hay varias hojas tiradas por el suelo y hechas una bola.

Robin Dieciséis horas transcribiendo partes orquestales…

Primero añade treinta y dos compases para su último ligue,

luego se empeña en cambiar la orquestación,

ahora las cuerdas no le gustan…

Estoy tan cansado que las notas me bailan

ante los ojos como si fueran peces borrachos.

Los ensayos empiezan esta tarde.

¡Mi reino por un programa de ordenador…!

Pero el viejo testarudo se niega en redondo.

Maria Considérate afortunado de trabajar para un genio.

Robin Alborada, hermoso nombre para una composición poética:

el poeta saluda con alborozo la salida del sol

antes de alejarse, afligido, de su amada,

o rogarle tiernamente que no se vaya.

Pero La alborada del demonio es justo lo contrario:

el gran compositor martiriza a la aurora

con su estrépito vanguardista. A su edad

tendría que estar pensando en el ocaso.

Maria Dices eso porque tienes celos. Aspiras a ser compositor…

He visto las cuartillas despedazadas que ensucian tu cuartucho.

Pero en el fondo sabes que no tienes talento.

Robin ¿Debo deducir de tus palabras que una vez más

te niegas a servirme un poco de café?

Maria Tengo mejores cosas que hacer. Hoy es

un día importante: hoy se celebra el ensayo más importante

de su obra más importante.

El destino llama a su puerta, el torrente de la historia lo arrastra

y necesita mi ayuda. Cuenta conmigo…

Robin …¡Para que la esclava le planche las camisas!

Entra Charles, llegado directamente del hospital, con el abrigo puesto y todavía furioso.

Charles ¿Aún no has acabado? No te habrás quedado dormido…

¿Cuánto vas a tardar?

Robin Necesito media hora más.

Charles Quiero que vayas ahora mismo a la sala de ensayos

y que te asegures de que ha llegado la percusión.

Es urgente… acuérdate del desastre de la última vez.

Robin (sin dejar de escribir) ¿Cómo iba a olvidarlo?

María le quita el abrigo a Charles.

Charles Platillos convencionales y suspendidos, tam-tam, roto-tom,

Timbales, bombo, temple blocks,

Mark tree, caja, vibráfono…

Cerciórate de que todo está como tiene que estar.

Robin Pero les hacen falta las partituras…

Charles Cuando digo ya quiero decir ya…

Termina de transcribirlas cuando vuelvas.

¡No te quedes ahí sentado! ¡Espabila! ¡Venga, hombre!

Sale Robin. Charles camina de un lado a otro. Maria le sirve café de un termo y permanece a la espera.

Dúo

Hay que ver, Maria,

en el día crucial, me veo rodeado de ineptos,

cuando tendría que tener la cabeza libre…

Maria (aparte) Ay, amor mío… Cómo quisiera consolarle.

Charles… libre de preocupaciones, de la carga de este pesar.

Si fuera capaz de vivir sin una mujer a mi lado…

Maria (aparte) Quiere decir sin su mujer.

Charles Nunca debí casarme con ella;

sólo sirvió para enredarme en una maraña de mentiras.

Maria (aparte) No se atreve a decirle la verdad acerca de nuestro amor.

Charles ¿Cómo hacer tabla rasa del pasado?

¿Cómo convencerla de que estoy enamorado?

Maria (aparte) Se avergüenza de su maldito matrimonio;

ha llegado la hora de decirle que me ama.

Se encuentran frente a frente. María le ofrece la taza, pero él la rechaza con un gesto de la mano.

¿La operación ha salido bien?

Charles Oh, sí, estupendamente. Antonia saldrá de esta…

El buen doctor ha cumplido con su trabajo;

pero de buena gana le retorcería el pescuezo a esa asquerosa sabandija.

Maria (aparte) ¡Está furioso con el médico por haber salvado su despreciable vida!

Charles ¡Si el asesinato formara parte de tus obligaciones domésticas

te enviaría corriendo al hospital, diantre!

Maria (aparte) ¡Para triunfar allí donde fracasó el médico

y poner fin al sufrimiento de esa mujer!

Charles Pero en el fondo soy un hipócrita y un imbécil…

Un poco más calmado, Charles coge algunos manuscritos. Echa una ojeada distraída al trabajo de Robin antes de disponerse a salir.

Déjame preguntártelo con toda franqueza:

Maria, ¿alguna vez has pensado en casarte?

Maria ¡Creía que nunca me lo preguntaría! Oh no, quiero decir sí, pero no,

es decir, sí, por supuesto, mi respuesta

es sí, por supuesto, un sí con toda franqueza.

Charles No pretendía ponerte en un aprieto. Solo quería decirte

que lo pienses detenidamente. Con el máximo detenimiento.

No sólo por el daño que puedan hacerte a ti,

sino también por el que puedas causar tú.

Fíjate en mí.

Sale.

Maria Pero, amor mío, yo nunca te haría daño

y sé que tú nunca me lo harás a mí.

Charles (fuera de escena) Cuando vuelva Robin, dile que quiero verle.

Maria coge el abrigo de Charles y lo estrecha contra su cuerpo.

Maria

Canción

Cuando oigo tu voz siento

que me carcome un deseo voraz.

Sé que sufres al menos tanto como yo…

que nos une el ansia ante el festín.

Expusiste la cuestión con tanta habilidad…

El imperativo disimulado tras la carcajada,

y luego la pregunta…

¿Te pareció poco clara mi respuesta?

Mi vida estaba sepultada por la monotonía de las labores domésticas,

mis días transcurrían entre tareas repetitivas:

cargar, barrer, fregar…

Ahora, por fin, mi quehacer tiene sentido.

Déjame aligerar la carga de tu pesar,

deshacer las mentiras, barrer todo rastro del pasado.

Mis obligaciones domésticas se resumen en una: obedecer…

Te respondo, cariño, con un tierno sí.

Pero debo atarte a mí

antes de que cambies de parecer.

[Sé que eres implacable]

[y] urdiré con amor una jaula preciosa

donde puedas envejecer entre algodones, vida mía.

 

E s c e n a   T e r c e r a

El hospital. Antonia sigue en la UCI. Las máquinas están dispuestas como antes. La enfermera y un médico en prácticas se ocupan de la paciente en el momento en que entra Simon.

Médico en prácticas Sus constantes vitales están bien. Su estado es estable,

pero se encuentra débil; el pulso es casi imperceptible.

Enfermera Es demasiado pronto para enviarla a planta.

Simon Entonces la mantendremos aquí un día más…

Antes de que se vayan quiero decirles algo:

estoy convencido de que su marido volverá;

cuando lo haga, quiero que me informen

en el acto. El estado de ese hombre es preocupante…

Enfermera Esta mañana, cuando se precipitó hacia la cama,

creí que iba a matarla.

Médico en prácticas En todo el hospital no se habla de otra cosa.

Quién lo diría, siendo tan famoso.

Simon Fantasías desatadas por los celos, el deseo de quedarse con la fortuna de su esposa…

las presiones propias de la vida creativa…

incluso alguna clase de  perturbación psíquica…

Quién sabe…A lo mejor son bobadas sin ningún fundamento,

pero no vamos a correr ningún riesgo: no permitan que se quede

a solas con ella.

Salen la enfermera y el doctor en prácticas.

No puedo dejarle a solas con ella…

Pero, ¿alguna vez podrá perdonarme alguien este abuso

de poder o curarme

de la nauseabunda fiebre del engaño?

Cuando realicé la delicada operación

sabía que la salvaba para quedarme con ella;

no he contado a nadie lo nuestro,

que la he amado y esperado durante siete años.

El amor me ha convertido en especialista en embustes,

en maestro en imposturas.

Ahora él pretende recuperarla, hacer valer

sus derechos sobre lo que teme perder.

Adulará, amenazará, se arrepentirá, se enmendará…

No me atrevo a dejarle a solas con ella.

Antonia (despertándose) Y aguardé a que regresaras…

Simon Antonia…

Antonia Jamás me hará cambiar de parecer.

Se lo he dicho. Sabe que…

Simon Sí, lo sabe, y quiere que vuelvas con él.

Antonia Ahora que estoy contigo ya no podrá convencerme.

Simon Conmigo… ¡cuánto tiempo llevo esperando oír esa palabra!

Pero, Antonia, ¿estás del todo despierta?

¿Sabes lo que dices?

¿Sabes dónde estás?

Antonia Sobrevuelo una llanura de verdor infinito

que se extiende hasta donde alcanza la curva del horizonte.

Voy a tu encuentro,

del sufrimiento a la plenitud,

de la frialdad a la verdad,

del silencio a la alegría.

Simon Sobra el silencio.

Antonia Hay tanto que decir.

Simon Sí. Hay tanto que decir.

Antonia Y por fin podemos decirlo.

Simon El sufrimiento llega a su fin.

Antonia Porque ya lo sabes.

Simon Lo sabemos.

Antonia Sólo alegría.

Simon La alegría lo dice todo.

Las frases se repiten y se solapan. Antonia y Simon se besan. Inadvertida, una figura sombría, envuelta en un abrigo negro, se desplaza hasta el proscenio.

Me necesitan en el quirófano.

Volveré enseguida.

Se besan una vez más.

Antonia Cariño, ahora voy a dormir.

Pero ven cuando puedas.

Sale Simon.

Antonia (mientras se duerme) En la frontera…

En la frontera de la memoria con el sueño

vi a una pareja…

A una pareja enamorada…

Maria se desplaza quedamente hasta el foro.

Maria Qué tormento permanecer en la sombra

escuchando a este par de confabuladores…

Ella disfraza de virtud su odioso orgullo

y él es un mentiroso compulsivo

y confeso.

¿Cómo se atreven a llamar amor

a esta aventura sórdida, vergonzante y deleznable?

¿Alguien se atrevería a compararlo con el mío?

Se acerca a la cama.

Sólo los ricos disfrutan de un sueño tan profundo,

dulce y despreocupado.

El último impedimento para la felicidad.

Las instrucciones fueron claras,

y no soy lo bastante fuerte

para sustraerme al poder de su lógica.

Entre mis obligaciones domésticas

está arrancar la mala hierba…

Desconecta de un tirón los cables del equipo de soporte vital. Lenta y deliberadamente, deja que el abrigo de Charles se deslice de sus hombros hasta caer al suelo.

Nadie me vio llegar

y nadie me verá salir.

Maria se sumerge de nuevo en la penumbra.

Antonia (débilmente) Tengo frío, mucho frío,

la casa es cada vez más silenciosa y fría.

Y no puedo decir ni una palabra

mientras espero a que regreses,

mientras espero…

Su voz se desvanece progresivamente, ahogada por el creciente estrépito de una orquesta que afina sus instrumentos.

 

E s c e n a   C u a r t a

La sala de ensayos. La orquesta sigue afinando sus instrumentos. Suena la nota La; los músicos la repiten. Charles entra por el foro y se encamina hacia la orquesta, batuta en mano. Le acompaña Robin. Maria se coloca a un lado con una toalla limpia para el amo.

Charles ¿Toda la percusión está en orden?

Robin Hasta el último instrumento ha llegado sano y salvo.

¡El artista ha de ser implacable! No ha de tener más religión ni meta que crear algo perfecto antes de morir.

Charles ¿Te has librado de aquella trompista…?

Ya ni me acuerdo de cómo se llamaba.

Robin Sí, la sustituye el barbudo ese.

Charles se coloca donde le corresponde.

Charles Damas y caballeros,

es para mí un honor que el estreno mundial de La alborada del demonio

corra a cargo de su célebre orquesta.

La orquesta aplaude. Charles levanta su batuta y la obra empieza a sonar; mientras la música suena, él la describe.

Entre una nube de polvo se eleva un sol arrebolado

sobre la superficie fría del desierto.

Enseguida acusamos la inclemencia de sus rayos,

la llama ardiente de la creación,

como la imaginación

sumida en los dolores del parto

pugnando por dar a luz.

Esta música es como un sol naciente

cuya marcha cada vez más fogosa,

obliga a apartar la mirada…

Robin (aparte) O taparse los oídos…

Charles…y buscar cobijo. El sol se convierte

en el rostro de Dios, que nadie puede contemplar.

Charles se aleja de la orquesta.

También la luz de la creación artística resulta cegadora.

El artista no percibe el sufrimiento que causa

a su alrededor. Y quienes lo rodean nunca

comprenden la pureza de su meta, ni que el fuego

de su inventiva no logre derretir

el hielo de su propio corazón.

¡El artista ha de ser implacable!

No ha de tener más religión ni meta

que crear algo perfecto antes de morir.

La vida es breve, y el arte, eterno…

La historia perdonará mis faltas

a cambio de haber compuesto esta hermosa pieza.

Entran, sin ser vistos, una policía vestida de paisano, la inspectora Black; una policía uniformada, la agente White; y Simon, deshecho. La agente White lleva el abrigo de Charles doblado sobre el brazo.

Charles se acerca de nuevo a la orquesta mientras la Alborada llega a su punto culminante.

Charles ¡Se eleva y surca los cielos!

Inspectora Black ¿Es ése?

Simon En efecto. Ese es su marido.

White, Black Disculpe, caballero.

Charles ¡Nada se resiste a su poder!

White, Black Queremos hablar con usted.

Charles ¡Su fuego lo arrasa todo!

White, Black No tardaremos mucho.

La orquesta se detiene abruptamente.

Charles ¡Pero cómo se atreven a interrumpirme!

Inspectora Black Nos han dicho que le encontraríamos aquí.

Agente White ¿Es suyo esto?

Charles Han encontrado mi abrigo. Son ustedes muy amables.

Entréguenselo a mi ayudante y después hagan el favor de marcharse, señoras.

White, Black Tenemos que hacerle algunas preguntas.

La conversación sube de tono rápidamente.

Charles ¿Preguntas? ¿Qué preguntas?

¿Saben dónde están? ¿Tienen la menor idea de quién soy?

Agente White ¿Lo dejó junto a la cama

de su esposa agonizante?

White, Black, Simon ¡El abrigo que reconoce como suyo!

Charles ¿Agonizante? ¿Ha dicho agonizante?

Inspectora Black Se marchó usted muy deprisa… ¿Estaba trastornado?

Black, White, Simon ¡Echó a correr para salvar el pellejo!

Charles ¿Agonizante? ¿Pero de qué me hablan?

Simon ¿La mató porque era a mí a quien amaba?

White, Black, Simon ¡Se dejó llevar por los celos!

Agente White ¿Era su dinero lo que quería?

White, Black, Simon ¡Se dejó llegar por la codicia!

Inspectora Black Una enfermera y un médico le vieron cometer

un intento fallido de acabar con su vida.

White, Black, Simon ¡No se atreva a negarlo!

Robin Tiene que tratarse de un error.

¿Por qué no se sientan?

Maria (aparte) Cada minuto que pasa lo acerca más a mí.

Charles Debo de estar perdiendo el juicio…

¿A qué vienen todas esas monsergas sobre muertes y asesinatos?

Mi mujer no está muerta. ¿Cómo pretenden que responda a sus preguntas?

Simon ¡Que finja ignorarlo ya es el colmo de la desvergüenza!

Inspectora Black (mientras la agente White le coloca las esposas)

¡Conque no está muerta! Menuda defensa.

Llévelo ante el juez.

Agente White ¡Conque no está muerta! ¡Ni que fuera cuestión de opiniones,

diantre! Acompáñenos, amigo.

La agente se dispone a llevárselo.

Charles (suplicante y en voz baja) Por favor, díganme que Antonia no ha muerto.

Inspectora Black Por mucho que pregunte, todo el mundo le dirá

que ha muerto en el hospital, asesinada en su cama.

Charles Asesinada…

¿Pero quién sería capaz de asesinar a la dulce Antonia?

En ese momento se encuentra cara a cara con Maria.

No…no…

Maria guarda silencio.

Pero ¿por qué?

Agente White Acompáñenos, caballero. Nuestro coche le está esperando.

Maria Por ti, mi vida. Por ti.

White y Black se llevan a Charles.

Charles ¡Maria! ¡Diles la verdad!

Maria Esta es la verdad: te conozco mejor

de lo que te conoces a ti mismo. Sé que

los años de presidio te enseñarán a amar. [por fin]

Yo me ocuparé de que seas feliz en tu jaula.

En el desierto del tiempo muerto, mis visitas

serán tu dulce oasis.

Charles ¿Acaso te has vuelto completamente loca?

¡Diles la verdad!

Maria Juntaremos las manos a ambos lados de un grueso cristal,

como si fuéramos los protagonistas de una película de presidiarios.

Charles ¡Ella es la asesina! ¡Deténganla!

White, Black Vamos, acompáñenos.

Maria Y cuando al fin te dejen libre,

Ya anciano y delicado de salud,

te llevaré a casa junto a mí,

para prodigarte mis cuidados.

Charles Yo no soy el asesino. ¡Escúchenme, se lo ruego!

White, Black, Simon, Robin, Maria

Feliz en tu jaula, pasarás años en soledad,

puntuados por el dulce oasis de sus (mis) visitas.

Maria Este es el sacrificio que hago…

White, Black, Simon, Robin, Maria ¡Por ti!

Charles  Ya…

Maria En aras de mi amor…

White, Black, Simon, Robin, Maria ¡Por ti!

Charles Ya estoy…

Maria Y aguardaré…

White, Black, Simon, Robin, Maria ¡Por ti!

Charles Ya estoy en el infierno.

White, Black, Simon, Robin, Maria Ella (yo) te aguardará (aguardaré).

 Se llevan a Charles.

María es la única que queda en el escenario.

Fin

TRADUCCIÓN DE FEDERICO CORRIENTE BASÚS Y FRANCISCO LÓPEZ MARTÍN

***

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