Los nueve días durante los cuales se superaron los cuarenta grados comenzaron el seis de agosto de ese año. Incluso después de haberse registrado en Tokio, pasada la una de la tarde, cuarenta grados por primera vez en la historia, la temperatura no dejaba de aumentar y al cabo de dos horas se había alcanzado los 42,7 grados. El nivel de humedad tampoco bajaba del ochenta por ciento y el cielo, aunque soleado, estaba cubierto por una neblina blanca. A una semana de la festividad del O-bon*, entre la gente de avanzada edad había quienes se saludaban con frases como «Si seguimos con este calor, los espíritus enseguida van a marcharse al más allá». Quizá debido a que la edad las había vuelto insensibles al frío y al calor, las que así hablaban eran capaces de seguir charlando impertérritas bajo el sol del parque Kaki-no-ike, frente a la clínica Tanaka. Naomi, que había llevado a jugar a la hija de su hermana al arenero del parque, echaba pestes para sus adentros mientras escuchaba hablar a las señoras. ¿Por qué no os preocupáis por vosotras mismas en vez de por los muertos? A lo mejor en realidad no os habéis dado cuenta de que sois muertas que han regresado por el O-bon y chismeáis como si estuvierais vivas. La verdad es que no sé qué se les pasa por la cabeza a los muertos para tomarse la molestia de volver por O-bon a esta especie de presidio que es el mundo. Si por mí fuera, me acortaría las horas y me retiraría al más allá lo antes posible. Si se cebaba sin sentido con aquellas señoras inocentes era, por supuesto, por aquel calor de mierda y por la estupidez de su hermana, que había decidido mandar a jugar afuera a la niña una vez al día “por el bien de su salud” bajo aquel calor de mierda, sin duda pernicioso para el cuerpo. ¿Y por qué no vas tú?, pensaba Naomi, pero si la acompañaba, tal como se lo había pedido su hermana, era por los mil yenes con que la gratificaba.

Cuando la temperatura es demasiado alta, hasta el paisaje se derrite

Tras cerciorarse de que su sobrina de dos años y medio, Pink (la estupidez empezaba por el nombre que le había puesto), estaba enfrascada en la obra de ingeniería civil que realizaba con sus amigos en el arenero y de que las madres de estos los vigilaban, Naomi se alejó del área de juego, se aproximó a la orilla del estanque y se fumó un cigarro. Sin árboles a su alrededor que obstruyeran los rayos de luz, era como si el Sol amarillo bañase la tierra con gas de azufre. Ese día, no se oía el canto de las cigarras, una gruesa capa de sonido que solía envolver el parque. El aire caliente era muy húmedo y se adhería a la piel como una molesta nube de insectos alados. La sensación no era de sudar, sino de que su propio cuerpo se derretía y goteaba. Asimismo, el paisaje se había licuado y parecía chorrear transformado en puro color, como un surtido abandonado de bolas de helado. Cuando la temperatura es demasiado alta, hasta el paisaje se derrite, se dijo Naomi convencida.

De lo alto empezaron a caer criaturas de manera desperdigada. Eran pajarillos que acudían a bañarse. Gorriones y ojiblancos, hiyodori* y estorninos se refrescaban en la orilla del estanque. Los pájaros descendían sin cesar. Algunos se metían directamente en el agua. Se podría pensar que había patos o alguna otra ave acuática, pero lo que salía volando del agua eran gorriones. Algunos de entre ellos se zambulleron desde el cielo. Naomi respiró una o dos veces y ellos alzaron vuelo y siguieron su curso.

Los gorriones no eran los únicos. Los ojiblancos, los hiyodori y los estorninos también empezaron a imitarlos y sumergirse en el agua. Hasta que se mojó un cuervo enorme y el resto de las aves huyó. Solamente las palomas pululaban por la orilla mientras observaban a los demás pájaros, tal vez por miedo a zambullirse.

Una vez que el cuervo se marchó volando, los gorriones regresaron. Entraban y salían del estanque una y otra vez haciendo girar sus cuerpos en el aire. Empezó a tener la sensación de que los gorriones siempre habían sido aves nadadoras; quizá porque sus ojos se habían acostumbrado a verlos en el estanque. Cada vez que emprendían vuelo, los gorriones empapados refulgían con la luz del sol y salpicaban gotas de agua. En medio del tropel, había individuos que siempre brillaban. Al aguzar la mirada, se dio cuenta de que no eran pájaros, sino peces. A primera vista se parecían en el color y el tamaño a los gorriones junto con los cuales saltaban y brincaban.

Naomi se agachó y probó a meter un dedo en el estanque. Tal y como se imaginaba, el agua se había caldeado. Tiene que ser insoportable para los peces. Del mismo modo que los pájaros se arrojan al agua, los peces están empezando a lanzarse al aire. Giran sus cuerpos o dan vueltas de campana, imitando a los gorriones. Probablemente intentan abanicarse a sí mismos. Los pájaros lo hacen batiendo las alas, y los seres humanos, con las manos. Ellos toman el fresco girando en el aire.

Ahora, los peces daban saltos y giraban sobre sí mismos de aquí para allá. La superficie del estanque estalló en un mar de salpicaduras y se transformó en una bruma plateada que, desplazada por el viento caliente, le humedeció a Naomi la cara. Más gente se acercó atraída por el rocío.

De repente, Naomi sintió alegría. Esto es un infierno. Todavía no me he muerto, pero en realidad estoy más cerca de la muerte que si me muriera de verdad. El sufrir esta tortura hace que todos deseen escapar de sí mismos. Los pájaros quieren dejar de ser pájaros y convertirse en peces, los peces quieren dejar de ser peces y envidian a los pájaros; los gatos, a los humanos, y los humanos quieren ser cualquier cosa menos seres humanos. Por eso se enloquecen, forcejean y dan vueltas de esa manera. Pero ¿acaso no es divertido eso de girar?

La alegría de vivir de Henri Matisse. Imagen vía.

Mientras la gente se apiñaba para ver saltar a los peces, Naomi se apartó del estanque y probó a rotar lentamente. Lo hizo sobre el eje de su cuerpo, en el sentido del reloj, vista desde lo alto. La floja brisa que produjo acarició su piel sudada y la refrescó. Trazaba un círculo con los brazos paralelos al suelo, como una bailarina de ballet, y se desplazaba con la sensación de estar haciendo girar ese círculo. Con suavidad y sin prisas, a una velocidad que le impidiera marearse. Girando avanzó hacia el arenero en donde se hallaba Pink.

Alza la cabeza y mira al cielo. La invade la ilusión de que el firmamento está cada vez más cerca de sí. Como si al girar se hubiese elevado en el aire. Asciende rotando en vertical y penetra los estratos atmosféricos como si fuese un tornillo o una pluma de bádminton. Cuando giras y te desplazas convertida en viento es como si fueras un tornado. Bueno, quizás algo menos intenso que un tornado. Como un remolino de aire. Soy un remolino de aire. Si te transformas en un remolino de aire, sientes frescor. Ligereza. Incluso puedes volar.

Ya no sabía ni por dónde caminaba, así que bajó la cabeza y paró de girar. Faltaba un poco para llegar al arenero y había estado a punto de chocar contra la barra fija que tenía delante de las narices. Tan pronto como se detuvo, el aire tórrido se precipitó sobre Naomi y la constriñó, el sudor le rezumaba por cada rincón del cuerpo como si de agua de manantial se tratase. Se tambaleó y sintió un ligero dolor de cabeza. Comprendió que aquel era un recurso desesperado. Una vez se empezaba a dar vueltas, no se podía parar. Al detenerse, el ambiente se volvía más asfixiante que antes de echarse a girar. Si lo que pretendía era sentir alivio, tenía que girar todo el tiempo.

Se acercó a Pink y cogiéndola de la mano le dijo: «Venga, nos marchamos». En ese instante, Naomi sintió que algo no encajaba. Miró con cuidado a su alrededor, examinó minuciosamente a Pink de arriba abajo, pero no detectó nada especial. Y sin embargo, parecía como si se entreverase algo que le era desconocido; no conseguía desembarazarse de esa inabordable sensación de discordancia. Una sensación de extrañamiento como si el lugar entero hubiese sido reemplazado por una primorosa imitación.

Tras recobrar el ánimo, Naomi agarró a Pink de las manos, formó un círculo amplio y se echó a girar mientras tatareaba kagome kagome*. Pink se alborozó de contento y, al girar, los pies le tropezaban el uno con el otro. Para no marearse, a cada poco se soltaban las manos y andaban, pero la niña enseguida insistía «Pink quiere kagome» y entonces volvían a darse las manos, formaban un círculo, giraban y así hasta que regresaron a casa. La pequeña enseguida se cayó rendida de sueño, probablemente por la excitación y el cansancio que le había provocado el calor. También Naomi se dejó arrastrar por la modorra.

El tema de la canícula monopolizó el telediario mientras cenaban. Se habían sobrepasado los cuarenta grados no solo en Tokio sino en todo el archipiélago, con 392 personas atendidas por los servicios sanitarios y 56 fallecidos, principalmente ancianos. El incidente más estremecedor fue la muerte de una alumna de diecisiete años de un instituto de la prefectura de Fukui que, tras ponerse a girar bajo el cielo abrasador, sufrió una insolación. Según el testimonio de las amigas que estaban con ella, les dijo que si se convirtiesen en un ventilador sentirían fresco, y se echó a girar. ¡Ah, qué gusto! ¡Probad vosotras también! Animó a sus amigas, que se le sumaron, pero más tarde se encontraron mal, mareadas, y cuando se tumbaron en el suelo a descansar, ella hizo lo mismo y permaneció en la misma postura durante un rato; dado que el tiempo pasaba y no se movía, la llamaron, pero ya era demasiado tarde. Un especialista explicó que era como cuando se declara un incendio en un rascacielos y alguien decide saltar por la ventana antes que quemarse: no se trata en absoluto de un hecho anómalo, la persona tan solo toma una decisión racional e intenta sobrevivir. ¡Sé claro, joder! ¡Sabes perfectamente que en esta puta situación lo único que nos queda es morir! ¡Déjate de ínfulas y di las cosas como son!, protestó Naomi y su hermana le llamó la atención: ¿Puedes dejar de hablar de esa manera delante de la niña? Luego va y no para de imitarte.

Me resulta muy placentero abandonarme a esa inmensa fuerza que hasta ahora no había percibido

–Pues claro, Pink me imita porque soy yo quien hace el papel de padre.

–No te he pedido que hagas de padre. Al contrario, precisamente lo que menos necesita es un padre. ¿No te he dicho que lo que quiero es que hagas de hermana mayor?

La hermana se había hartado del infantilismo incorregible del hombre con quien salía y tan pronto como se quedó embarazada lo desechó como quien desecha una bolsa de patatas y se queda solo con el regalito. Ella, que se ganaba la vida como empleada en un centro gerontológico, le había propuesto a Naomi, que desde que se había graduado de la universidad no había trabajado, ayudarla a criar a Pink a cambio de alojamiento. Naomi se dijo que bastaba de dar tumbos de casa en casa de unos amigos que respondían con cierta displicencia y, acuciada por la idea de que si seguía así no le quedaría más remedio que alistarse en las Fuerzas de Autodefensa, aceptó sin pensárselo dos veces. Además se percató de que en cierto sentido su hermana también pretendía disuadirla, consciente de la filia militar que Naomi tenía desde pequeña. La ex pareja de su hermana había empezado a participar en manifestaciones de agrupaciones civiles de la derecha nacionalista japonesa, según él para forjarse a sí mismo. Aproximadamente un año más tarde había renunciado a su exquisita manera de vestir, urbana y desenfadada, su única virtud hasta entonces, y se había presentado en casa un poco más gordo y ataviado con ropa raída de baratillo diciendo que se había convertido en un hombre hecho y derecho y quería empezar de nuevo. Cuando su hermana le preguntó en qué sentido había cambiado, él respondió en alguien que puede sostener sus opiniones sin dar el brazo a torcer aunque la gente lo mirase por encima del hombro, en alguien resuelto y con sangre fría ante cualquier adversidad y decidido a dar su vida para proteger a su familia cuando fuese necesario. La hermana se sintió frustrada y le pidió que se marchara porque ya no valía de nada. Pero él contestó que no era tan débil como para irse tan solo porque una mujer se lo dijera, y no hizo ademán de moverse. En ese instante Naomi regresaba de llevar a Pink al parque. Tan pronto como vio al hombre le soltó: «¿A qué has venido, ultraderechista-en-busca-de-sí-mismo? Aquí no te vas a encontrar». En una ocasión se lo había topado en la calle, mientras él participaba en una manifestación a favor del principio de las «cinco razas en armonía»*. Ante la burla de Naomi, el hombre montó en cólera y empezó a vociferar, pero cuando ella le devolvió «¿Qué es eso de que te has convertido en un hombre hecho y derecho? Por muchas voces que des ahora, sigues siendo el típico mocoso que le da la lata a su mamá “¡Mami, mami, escúchame!”. Si te has vuelto tan maduro, lo normal sería, antes de nada, preocuparte por qué necesita mi hermana en este momento», él le espetó algo así como que se la juraba y se marchó. La hermana se quedó intranquila, quién sabe qué clase de represalia podría tomar él por la provocación, pero a partir de aquel día Pink se pegó a las faldas de Naomi en todo momento.

–¡Naomi-chan ha estado fumando!

–¡Que no te chives!

Naomi le agarró los mofletes a la niña y se los aplastó hacia arriba. A Pink le hizo gracia y siguió gritando «¡Has estado fumando!» para que se los aplastase más. En ese momento, Naomi se dio cuenta de que la magulladura que la niña se había hecho en la sien al chocar contra el pomo de la puerta mientras jugueteaba, antes de salir de paseo, se había curado sin dejar marca.

A partir del día siguiente, la hermana le dijo que con Pink en casa le costaba concentrarse en el trabajo y pidió a Naomi que se la llevase de paseo por la mañana y al atardecer para así evitar los cuarenta grados de temperatura. Pink quería salir a jugar a kagome. Naomi se pegó parches refrigerantes por todo el cuerpo y se llevó a la niña.

El número de personas que se quemaba al tocar piedras o carrocerías de coches incandescentes no hacía más que aumentar. Todos los cuerpos almacenaban calor, el aire húmedo se impregnaba de él y las temperaturas no bajaban de los treinta y cinco grados ni de noche; los equipos de aire acondicionado funcionaban a tope y las unidades exteriores de los aparatos no dejaban de expulsar aire caliente, como secadores. En los sucesivos días, el número de muertos alcanzó las tres cifras y por todas partes se encontraban cadáveres de animales desparramados. Al quinto día, en la ciudad de Kōfu se registraron por primera vez en la historia del país temperaturas de más de cincuenta grados; 50,2 grados para ser exactos. Incluso en el barrio en el que Naomi vivía, al mediodía el termómetro saltó a los cuarenta y cinco grados, tras el pico de 45,9 grados de las dos de la tarde empezó a bajar y, cuando a las cuatro y media la temperatura había descendido hasta los cuarenta grados, las dos salieron de paseo. Aquella se había convertido en una ciudad fantasma, sin apenas viandantes. Naomi y Pink caminaban dando vueltas por aquellas calles vacías que parecían decorados. Sudaban como si se hubiesen convertido en nubes de lluvia que descargaban aguaceros y bebían Pocari Sweat como locas para recuperar el líquido perdido. Cuando llegaron al parque, estaban como recién salidas de un baño en un balneario de aguas termales.

En el parque de Kaki-no-ike no había ni un alma y el estanque desprendía un olor pestilente. El nivel del agua había descendido y los cuerpos sin vida de los peces flotaban panza arriba en medio de la película de grasa que cubría la superficie. Además de peces, también había pájaros muertos. Una parte del cadáver de un bicho a rayas de mayor tamaño se elevaba sobre el agua. Naomi no quiso saber de qué se trataba, así que decidió no mirarlo de cerca.

Tía y sobrina se pusieron a girar mientras cantaban la canción de kagome a la sombra de una gran zelkova japonesa. El suelo estaba levantado; no solo porque la tierra se hubiese resecado y agrietado, sino también porque las raíces de la zelkova se expandían brutalmente para conseguir aprovisionarse de agua. Hacían tanta fuerza que revolvían la tierra. La mayor parte de la hierba se había secado y marchitado, puesto que la vegetación fuerte había concentrado todas sus fuerzas en las raíces para lograr vencer en la contienda por el agua.

Al otro lado de la orilla, divisó a alguien dando vueltas bajo un gran alcanforero. El hecho de que hubiese alguien que pensaba como ella hizo que Naomi sintiera afinidad y decidiera acercarse con Pink. Un joven se había anudado una gruesa cuerda al cuerpo y giraba colgado del árbol.

–¿No es incómodo? –se dirigió Naomi a él.

–Resulta tan refrescante que se me pone la piel de gallina –contestó el chico.

–¿Tú también imitas a los peces?

–¿A los peces? No, lo he visto en la televisión. Dicen que girando de este modo uno se refresca y al dar vueltas consigue olvidarse de todo.

–Pues los peces de ese estanque se refrescaban saltando y dando vueltas.

–Los peces están muertos.

Agarrándose a la cuerda, el joven se encaramó habilidosamente a lo alto de la rama y mientras se desanudaba dijo:

–Pero esto no lo hago solo por refrescarme. ¿Sabes? Me he dado cuenta de que si pones toda la concentración en girar te vas purificando. Al principio pensaba que dando vueltas iba a conseguir repeler el abatimiento que sentía. Que si me centrifugaba eliminaría la sensación de suciedad. Así que giré a toda velocidad. Quería desafiar mis límites. Y al hacerlo acabas vomitando. Sudas. Lo consideré una forma de desintoxicación. Como una despedida del yo que aborrezco. Cuando consigues desprenderte de la suciedad, puedes girar tanto como quieras sin encontrarte mal. Entonces aflora una sensación extraña: Es como si no girara por propia voluntad, sino que hay una gran fuerza que me hace girar. Me resulta muy placentero abandonarme a esa inmensa fuerza que hasta ahora no había percibido. ¿Cómo decirlo? Es como estar en comunión con la naturaleza en vez de rebelarse contra el flujo de la vida, como dejar la mente en blanco y regocijarte.

Dadas las temperaturas que está haciendo, no tiene nada de raro que la gente piense más o menos de la misma manera

De pronto, el joven se bajó del alcanforero y se paró frente a Naomi y Pink.

–¡Pff! Yo he estado girando todo el tiempo y no he conseguido alcanzar ese estado.

–Yo no soy el único. Hay un montón de personas que están girando en este momento con la misma sensación. A fuerza de girar todos han acabado despertando. Y se han dado cuenta de que es una especie de rezo.

Por un instante Naomi sintió como la ira hervía en su interior.

–¿Un rezo, dices? –le preguntó alzando el tono de voz–. ¿A quién le rezan? ¿Qué es lo que rezan? No sé de qué me hablas.

–Le piden a esa gran fuerza que de algún modo aplaque lo que está pasando. Todo este calor. Y luego también ruegan que llueva.

–Eso quiere decir que quienquiera que sea el dueño de esa gran fuerza no les está prestando oído.

–Es que el poder del rezo todavía es insuficiente. Tengo el presentimiento de que si una multitud más grande aúna sus sentimientos algo ocurrirá.

–¿Primero me hablas de rezos y ahora de presentimientos?

–No te lo estoy diciendo para satisfacer mis deseos. Noto algo. Y no solo yo. Tengo la sensación de que girando, no sé, me vuelvo más fuerte, de que crezco. Todo el mundo siente lo mismo. Por eso empezamos a creer que si reunimos la fuerza suficiente lograremos que algo ocurra.

–Yo no siento nada de eso.

–Quizá te moleste lo que voy a decir, pero creo que todavía no has girado lo suficiente. Hay que girar mucho más, procurar dedicarle la mayor parte de la jornada. Así sí que acabarás notándolo.

–Yo no he llegado a pasarme el día entero dando vueltas pero durante estos cinco he girado bastante y me he sentido a gusto haciéndolo. Sin embargo, al parar de girar, solo he sentido un tremendo cansancio. ¿Eso es normal?

–¿Cinco días? Entonces eres más veterana que yo. Fue hace cinco días cuando empezó este calor abrasador, ¿verdad? Se puede decir que eres una de los iluminados. Dime, ¿no te parece raro? Ese mismo día hubo mucha más gente en todo el país que se puso a girar. Empezaron a girar de manera espontánea, sin imitar a nadie.

–La chica que se murió, por ejemplo.

–Sí. Fue la primera mártir. Yo si empecé a girar fue porque me enteré de la noticia y decidí imitarla, así que no tengo nada de pionero. Tú, en cambio, empezaste a girar de forma natural. ¿Por qué crees que ocurrió?

–Como te dije antes, simplemente vi a los peces y los imité. No es que el impulso de ponerme a girar me viniera del cielo.

–¿Normalmente uno se pone a girar porque ve a unos peces hacerlo? ¿Acaso se echaron a girar todas las personas que estaban mirando los peces ese día?

Naomi hizo un gesto negativo con la cabeza. Ese día se apartó de la gente que había venido a fisgar y empezó a dar vueltas ella sola. Si se había apartado era porque sabía que su comportamiento era distinto al de ellos.

–¿No lo ves? Tal vez fueron los peces los que dieron pie a que giraras, pero fue esa gran fuerza la que te impulsó.

Naomi titubeó. Ya no estaba segura de que hubiese girado por voluntad propia. Pero se resistía a creer que, como el joven decía, una gran fuerza hubiese descendido sobre ella. No había tenido esa sensación. Se dijo que simplemente hacía un calor fuera de lo normal y la única manera de hacerle frente era adoptar una conducta insólita.

–Entonces, ¿los tornados y remolinos de aires también los hace girar una gran fuerza? Me imagino que la gran fuerza de la que hablas es la gravedad, la atmósfera y esa clase de fenómenos naturales. Rezándole a la gravedad y a la atmósfera no vas a conseguir que mitiguen el calor.

–¿Tú también giraste gracias al poder de la gravedad y la atmósfera?

–No, no fue así pero…

–¿Crees que ese día toda la gente que giró lo hizo debido al poder de la gravedad y la atmósfera, bajo el mismo principio que un remolino de aire?

–¡A mí que me cuentas del resto de la gente! Tan solo se me ocurrió que si me convertía en un remolino de aire quizás conseguiría refrescarme.

–Muchas de las personas que ese día se pusieron a girar cuentan lo mismo: ¡Qué gusto si pudiera convertirme en un tornado, si pudiera convertirme en viento, si pudiera convertirme en ventilador!

–Dadas las temperaturas que está haciendo, no tiene nada de raro que la gente piense más o menos de la misma manera.

–Mira, no tiene sentido ponernos a discutir ahora de esto, así que ¿por qué no vamos con los demás? Estoy seguro de que si lo vives, aunque no quedes convencida del todo, al menos comprenderás un poco lo que te estoy diciendo.

–¿En dónde están los demás?

–Ahí. En el santuario sintoísta de Kumano.

Por supuesto, en el camino hacia el santuario, giró el joven y giraron Naomi y Pink. A medio trayecto el joven se unió al círculo de las dos y los tres dieron vueltas agarrados de la mano. Pink, que al principio estaba un poco tensa, se fue soltando a medida que giraban y acabó respondiendo a la sonrisa del joven.

Antes incluso de haber entrado en el recinto del santuario de Kumano, pudieron sentir una eclosión de vitalidad. Al otro lado de los torii*, la gente se apelotonaba y el calor y la humedad que despedían sus cuerpos manaban como el vapor de un motor de combustión interna. Todos rotaban con cara de embelesamiento. Siempre hacia la derecha. Giraban a un ritmo preciso en el sentido del reloj, en silencio y con la cabeza ligeramente ladeada; los ojos medio cerrados miraban al vacío como adormilados, y tenían los brazos flojos y extendidos a modo de alas de mariposa. Pese a que reinaba tal silencio que era como si el santuario absorbiese los sonidos, de los giradores surgía una atmósfera ominosa cuya presión bastaría para arredrar a cualquier mirón.

Pink fue la primera en girar. Lo hacía con torpeza y paso trastabillante, y enseguida chocó contra alguien. Dejándose llevar, Naomi también se puso en movimiento. Por un ángulo de su campo de visión percibió cómo el joven abandonaba el recinto del santuario.

Naomi cerró los ojos por completo y se limitó a sentir en su carne la onda que ella misma producía. Una vez subida a la ola, tenía la sensación de que podría girar eternamente. El cuerpo se relajaba y los brazos se elevaban de manera natural, como un ave que bate sus alas. Cuando intentó aumentar un poco de velocidad, sintió como si le echaran el freno a su cuerpo. No tardó en comprender que esa resistencia, semejante a caminar contra el viento, se debía al influjo de las olas que producía la gente a su alrededor. Y es que la ola a la que Naomi se había subido no era únicamente fruto de su rotación. Las ondulaciones producidas por el rotar de cada individuo interactuaban de manera compleja y encrespaban el aire en el interior del recinto, y Naomi montaba la ola con pericia. Todo el mundo se quedaba extasiado mientras se dejaba mecer, sin oponer resistencia, por esa compleja ola. Se parecía a la música. Era como danzar entregada a una música. Al final, a Naomi estuvo a punto de írsele la cabeza. Tuvo el presentimiento de que si se desmayaba podría franquear otro nivel y, al perder la consciencia, seguiría rotando indiferente a todo. Su interior se volvería transparente, giraría en el terreno de la insustancialidad. Tal vez la mayoría de la gente allí presente diese vueltas en el mismo estado.

Nadie cambia el acto de girar a su antojo. Simplemente, girando el ego excedente desaparece y es el propio acto de girar lo que te llena de felicidad

Justo cuando pensaba en que ya le daba igual que se le fuera la cabeza, se dio cuenta de que el número de personas había disminuido considerablemente y los giradores estaban ahora dispersos. La ola se había debilitado, Naomi perdió su fuerza motor y paró de rotar. Al instante, un bloque de aire caliente la cubrió como un casco, empezó a sudar la gota gorda y, sin poder soportarlo, salió del santuario llevándose a la niña consigo.

–¡Te estoy diciendo que me duele! ¿Por qué no me haces caso? –gritó Pink y le soltó la mano a su tía. Naomi se dio cuenta de que se había propasado.

–Nunca me tienes en cuenta para nada.

Naomi se quedó mirando fijamente a Pink a la cara. ¿Qué le ha picado ahora para hablar de esa manera? Había copiado a Naomi, sin duda. El «nunca me tienes en cuenta para nada» era una frase recurrente que Naomi siempre le decía a su hermana. Pero cuando Pink hablaba de sí misma siempre lo hacía en tercera persona, nunca antes había hablado en primera.

–Perdóname, perdóname. ¿Te encuentras mal?

–Me duelen las piernas.

–Eso es porque nos hemos pasado dando vueltas. El tío ese nos ha tenido girando un buen rato. –Esto último lo dijo para sí misma, pero Pink respondió: «Ese tío es la leche, ¿a que sí?».

Como Pink no paraba de quejarse de que le dolían las rodillas, a cada poco paraban para descansar y, cuando llegaron a casa, ya había oscurecido del todo. En cuanto vio a Pink, la madre abrió los ojos como platos y dijo con un suspiro «Pink, ¡esa ropa te queda ridícula! Va a haber que comprarte otra nueva». Luego sacudió la cabeza hacia los lados: «De vez en cuando podrías parar de crecer un poquito, ¿eh?». A Naomi, que esa mañana al vestirla no había tenido la misma impresión, le extrañó y probó a tirarle de la ropa. Efectivamente, le quedaba muy justa.

El día al siguiente al atardecer, cuando fueron al parque Kaki-no-ike, el joven estaba girando como el día anterior, colgado de una rama del alcanforero. Al ver a las dos se sorprendió:

–Pensé que hoy no vendríais.

–La niña insistía en que quería ir al santuario, pero…. –Naomi señaló a Pink.

–¿Y por qué no vais?

–Porque prefiero girar sola –contestó Naomi con aire de enfado.

Suspendido en el aire, el joven miraba fijamente a Naomi.

–Al santuario de Kumano cada día acude más gente, así que me imagino que ya ni se podrá entrar, pero ¿por qué no probáis a ir al templo budista de Sampin, que tiene un recinto más grande?

–¿No te acabo de decir que prefiero girar sola? ¿Tú por qué estás solo?

–Es que no valgo para estar en grupo.

–¿Qué? ¿No era a ti al que se le calentaba la boca hablando de que si la multitud unía su espíritu el rezo se volvería eficaz? Pues precisamente no predicas con el ejemplo.

–Aun rezando aquí solo, es posible comulgar de corazón con toda esa gente que está rezando.

–A eso se le llama «delirar».

–Es lo mismo que ayer. Te digo que lo siento en mi propia carne. A mí me basta con esto. Vosotras, en cambio, sois diferentes. Yo, como no valgo para estar en grupo, sé perfectamente lo que es no poder evitar estar solo. Vosotras no. Si quieres mi opinión, es evidente que necesitáis fundiros dentro del grupo. Ayer os estuve observando.

Eso no podía negarlo. De hecho, si no había ido al santuario era por miedo a aquel estado en el que había entrado. Este hombre lo sabe. Y por eso nos anima a ir a Sampin.

–Por mí no te preocupes. Pero explícame por qué eres incapaz de estar con otra gente.

El joven volvió a trepar por la cuerda y, una vez de pie sobre la rama, se desató y valiéndose de la misma cuerda, que seguía atada a la rama, descendió hasta el suelo.

–¿Conoces una agrupación llamada Asociación de Confraternización de Asia Oriental?

–¡Hm! Sí que la conozco. Está a favor de la armonía entre las cinco razas, ¿no?

Era la organización civil de la derecha nacionalista a la que adhería el hombre con el que su hermana había roto. Desilusionados con la situación presente, caracterizada por el continuo roce entre los países de Asia Oriental, abogaban por establecer una UAO, Unión de Asia Oriental, siguiendo el modelo de la UE, fundar una zona de economía libre dentro del área, establecer su sede en el norte de Kyūshū, crear una región de libre comercio en Kyūshū, Okinawa o Hokkaidō, además de fomentar la libre circulación de personas. Dado que el yen sería la moneda clave y el japonés, el idioma oficial, habría que impulsar la difusión de la enseñanza del japonés en los países que se suponía que participarían y, para ello, el gobierno tendría que esforzarse en avenirse con los países vecinos, defender la idea de la armonía entre las cinco razas en un tono que permitiese a los otros países aceptarlo, así como levantar un ejército nacional potente. Cada mes realizaban manifestaciones para reclamarlo.

–Mi inteligencia, por mucho que estudie, solo me ha permitido ir al centro de formación profesional de mi barrio y, como no era un macarra ni nada por el estilo, no tenía éxito con las chicas. En cuanto al deporte, podía hacer algo de barra fija y anillas, porque me metí en el club de gimnasia del centro, pero cualquiera puede con un poco de práctica. Es decir, que era un tipo anodino, por debajo de la media. Aun habiendo obtenido el graduado, obviamente no creía que pudiera encontrar trabajo, y así fue. Siendo objetivos, era escoria. Así que para volverme una persona un poco más válida estudié la Historia. Me metí en esos círculos. Esa clase de círculos de estudio de la historia japonesa son colectivos de gente de la misma calaña que yo. Lugares de encuentro para tipejos más o menos serios con un cerebro que no llega a la media, gente socialmente torpe, que no sabe cómo arreglárselas en la vida, que por lo general se sienten alienados y quieren hacer algo frente a su inutilidad. Todo eso me condujo a la Asociación de Confraternización de Asia Oriental. Entré con un amigo del mismo círculo con el que me llevaba bien.

Naomi pudo comprender con total claridad los sentimientos que el joven le explicaba, dado que había observado al ex de su hermana. Ella, que tras graduarse en una universidad de tercera categoría había hecho entrevistas en 108 empresas sin conseguir trabajo, no era muy diferente de ellos.

–Francamente, cuando participaba en esa clase de actividades me embargaba un sentimiento de superioridad. Porque comparados con alguien normal que apenas piensa y no está concienciado, nosotros, aunque menos capaces, estudiábamos, reflexionábamos y debatíamos con rigor. Lo cierto es que me fui ganando mi propio respeto. Y cuando tienes unos veinte años es normal que eso acabe traduciéndose en orgullo y un exceso de confianza. Ese año me nombraron líder de sección en las manifestaciones y me encargaba de negociar con la Policía a la hora de solicitar los permisos de manifestación. Me llenaba el hecho de estar trabajando por mi país.

–¿Líder de sección?

–Sí, el organismo de la Asociación de Confraternización de Asia Oriental está jerarquizado y en cada estamento se han adoptado nombres de cargos militares, como por ejemplo coroneles o tenientes. Yo, como brigada, dirigía una sección. La idea era que si se llegaba a formar un ejército nacional, como se reclamaba desde la asociación, todos los miembros estarían obligados a alistarse durante un periodo determinado.

Este mundo es un infierno y todos giran con el anhelo de escapar de sí mismos y convertirse en otra criatura, como si girando pudiesen renacer

–¿Por qué?

–Para aprender técnicas que nos permitan defendernos a nosotros mismos con nuestros propios medios. El lema de la asociación era «autonomía», y había consignas como «¡Que dependan de ti y no tú de los demás!». Un buen día, la manifestación que me tocaba a mí dirigir tuvo un enfrentamiento con una panda de xenófobos. Esos imbéciles creen que para que el país prospere hay que andar a la greña con todos los países vecinos. Tienen una mentalidad propia de los matones más bajos del escalafón. La Asociación de Confraternización de Asia Oriental tiene por objetivo tomar la iniciativa en Asia Oriental a niveles más altos, así que procura evitar desavenencias innecesarias. Pero ellos no lo entienden. Y como nos ven como enemigos, ese día se nos echaron encima y nos insultaron diciendo que si la Asociación de Confraternización de Asia Oriental era una banda de traidores a la patria, que si en realidad éramos sucios coreanos. Hubo quien estuvo a punto de responder a las provocaciones, pero yo cooperé con las fuerzas de seguridad e ignoré a esos infelices. Los agentes de policía, que confiaban en mí, también se pusieron de nuestro lado. Entonces, los novatos de la asociación, que no estaban satisfechos con mi actitud, empezaron a sembrar cizaña y decir que entre nosotros había un perro de la Policía. Inmediatamente los xenófobos se aprovecharon de la situación y se armó bulla. Más tarde, cuando se discutió el problema dentro de la asociación, yo expuse mi posición con serenidad. Pensaba que los demás reconocerían antes una perspectiva seria y plural que las teorías de unos energúmenos y no podía creerme que todo acabara como acabó. Me tacharon no solo de perro de la Policía, sino también de traidor infiltrado por el gobierno desleal a la patria, de conspirador para destruir la asociación, de enemigo del Japón que estaba por venir, de apátrida mayor, y me expulsaron de la asociación. Además, el principal promotor fue el amigo que me había acompañado desde los círculos de estudio en el centro de formación profesional. Personas que hasta ese momento habían sido colegas se volvieron enemigas delante de mí y me lincharon frente a ciento y pico personas. Ese día me morí por primera vez.

–¿Y por eso las agrupaciones suponen para ti un trauma?

–Imagina que toda esa avalancha de gente que tanto defendía la «autonomía» arremete contra ti. De todas formas, ahora me doy cuenta: Yo pretendía participar de manera racional en un movimiento a favor del cambio social, pero en realidad tan solo quería sentirme útil, sentir que merecía la pena vivir. Se puede decir que simplemente me buscaba a mí mismo dentro del grupo, y lo que me encontré no fue un «yo mismo», sino un «nosotros mismos». Por eso era capaz de moldear mi manera de hablar y actuar. Lo más importante era sentirnos válidos.

–Hace un rato dijiste de mí que era evidente que necesitaba fundirme dentro del grupo. ¿Quieres decir que necesito un lugar como la Asociación de Confraternización de Asia Oriental?

–En otra época quizá te habría dicho que sí. Pero ahora no. Porque esto que llaman «la danza del remolino» es algo puro. Nadie cambia el acto de girar a su antojo. Simplemente, girando el ego excedente desaparece y es el propio acto de girar lo que te llena de felicidad. No existen malentendidos con los demás giradores. Por eso digo que es un rezo. No una ideología o un alegato. Es el deseo, que nace de lo más hondo, de compartir este dolor y superarlo juntos. En ese sentido, no existe disparidad. Evidentemente, también hay quien no lo comparte. Pero son una minoría; la mayoría de la gente empieza porque el deseo de estar en paz los desborda.

Naomi recordó la explosión de alegría que había sentido la primera vez que había visto saltar a los peces. Este mundo es un infierno y todos giran con el anhelo de escapar de sí mismos y convertirse en otra criatura, como si girando pudiesen renacer. Si la «pureza» de la que hablaba el joven se refería a esa sensación de alegría, Naomi la comprendía perfectamente.

–¿Has dicho danza del remolino?

–Sí. Lo comentaban ayer en las noticias.

–¿Quién la llama así?

–Parece ser que en una aldea del norte de la región de Kantō había un baile tradicional con ese nombre. En esa tierra, cada tantos años surgía un tornado que causaba muertos y asolaba la cosecha, y los aldeanos giraban hacia la derecha, en la dirección contraria al tornado, para aplacar al dios de los tornados. Pero la aldea ha venido a menos por culpa de la despoblación, y actualmente en la aldea se cree que por eso los tornados han vuelto a causar destrozos en la región de Kantō.

–Hm. Vayamos pues a Sampin a bailar la danza del remolino. ¡Ah! Tú puedes quedarte aquí, que total enseguida regresarías. Ya vamos la niña y yo.

–Que así sea, entonces. –El joven volvió a subir por la cuerda hasta la rama.

–Seguramente haya muchas más personas como tú, en alguna parte, que prefieren estar solas.

–Creo que bastantes. Porque gente que haya pasado por mi experiencia la hay a patadas.

Dicho eso, el joven esbozó una sonrisa de felicidad que le salía del corazón.

«Da miedo». Eso fue Pink quien lo dijo. Naomi volvió a dirigir la mirada hacia el joven. Ella y la niña ya se habían quedado fuera de su campo de visión, y estaba concentrado en suspenderse del árbol. Vamos, le susurró a Pink, y la agarró de la mano.

El templo de Sampin ya estaba abarrotado de giradores. En medio de aquella quietud en la que no se oía cantar ni a una cigarra, el olor corporal de las personas que danzaban resultaba sofocante. Si Pink no la hubiera guiado hasta allí, Naomi seguramente no habría entrado sola. Pero una vez empezabas a girar, todas las dudas y preocupaciones se disipaban. Para su sorpresa, Pink había aprendido a dar vueltas sin perder el equilibrio. Cierto es que de vez en cuando se paraba a descansar, pero giraba como es debido e incluso entraba claramente en estado de éxtasis. Tampoco parecía estar aguantando las ganas de vomitar. Tras una hora dando vueltas, Naomi se quedó convencida. Pink maduraba rápido. Su cuerpo estaba creciendo y en su mirada se veía que también estaba madurando psicológicamente. De hecho, los años tampoco pasaban en balde para sí misma. Si no quería envejecer rápido, bastaría con parar de girar. Pero eso no quería decir que sintiese que el tiempo iba más lento cuando no giraba. Al contrario, le parecía que se distendía más cuando daba vueltas. Por eso prefería girar.

Naomi sintió un ligero escalofrío. El joven hablaba de una gran fuerza, pero ¿no nos estaremos dejando engañar por algo que desconocemos y nos estaremos involucrando en una operación absurda? En algo que está acelerando el tiempo. Sin darnos cuenta. ¿Es esto una conspiración? Quizá, en realidad, todos acudimos a este lugar y nos entregamos a la «danza del remolino» inducidos por ese joven que se cuelga del árbol. Dijo que tipos como él los hay en muchas partes. ¿Nos estarán movilizando de manera organizada? ¿Quizá intentan subyugar inconscientemente a las personas que desean integrarse en el grupo?

¿Pero qué tontería…? Si empecé a girar fue porque yo lo quise. Al chico me lo encontré unos días después, así que no es que haya caído en ninguna conspiración. Por lo general, las teorías conspirativas son ilusiones producto de espíritus desasosegados. Yo, cuando giro, me mantengo en absoluta calma. Si sintiera desasosiego, me bastaría con girar más y más para disiparlo. Girando consigo ahuyentar las ilusiones. Lo único que no desaparece aunque gire es la realidad. La verdad. Por ejemplo, el hecho de que Pink esté creciendo rápido.

Lo único que no desaparece aunque gire es la realidad

Naomi aumentó la velocidad. Giró tan rápido que el paisaje a su alrededor se fundió y tan solo se veía una mezcolanza de colores. No importaba cuánto girase ni a qué velocidad lo hiciera, porque había aprendido el truco para que no afectase a su cuerpo ni a su mente y nunca se mareaba. Azuzada por su ola, la rotación de las personas a su alrededor también aumentó de velocidad. Al girar tan deprisa, tuvo la sensación de que se iba a elevar de verdad. Además, en la parte de atrás de la cabeza empezó a sentir como si su consciencia estuviera despegando. Esta vez sí, pensó. Voy a volar.

Giró. Voló. Durante un instante la gravedad desapareció y levitó en el aire; de nuevo regresó la gravedad y fue descendiendo lentamente. Su cuerpo seguía siendo ligero. En su campo de visión, antes un fluido gris, ahora algo empezaba a tomar forma. Clavó los ojos en ello. La figura comenzó a perfilarse, el color gris se fue volviendo transparente a medida que el fondo surgía. La que se perfiló era Pink. Ya había alcanzado la sensualidad de la pubertad. Aunque Pink estaba girando a toda velocidad, había adoptado la forma de una Pink estática que miraba hacia Naomi. Pero no solo Pink. A pesar de que giraban a tanta velocidad que sus verdaderas figuras no se distinguían, toda la gente a su alrededor había adoptado la forma de su persona habitual. Era como un zoótropo o como el filme de una película, en el sentido de que al girar a toda velocidad se proyectaba una imagen. Sin embargo, eran más que imágenes; se podían tocar. «Como no volvamos, va a oscurecer», le dijo Pink a Naomi, quien asintió y al intentar cogerla de la mano fue rechazada: «¡Que ya no soy una cría!».

En el camino de vuelta, al mismo tiempo que giraban a toda velocidad, las dos andaban de manera normal, como si llevasen una vida corriente como la que habían llevado hasta entonces, pero al llegar a casa, la hermana anunció toda orgullosa «¡Por fin! ¡Ya está aquí!» mientras le tendía un sobre sellado adornado con filigranas de pétalos de cerezo japonés* que rezaba ministerio de defensa en el reverso e informaba de que durante las últimas vacaciones del final del periodo de conscripción al fin se había determinado el envío de tropas, y tan pronto como Naomi dijo «hasta la vista» se había convertido en tripulante del buque Sakimori. Dado que la contienda giraba en torno a la soberanía de una isla, la batalla se desarrollaba básicamente en el mar, con sucesivos intercambios de disparos de amenaza que parecían casi pactados, pero la unidad de Naomi tenía la misión de desembarcar en la isla valiéndose de minivehículos sumergibles de un solo tripulante mientras se distraía al enemigo con el señuelo de los disparos, y justo cuando Naomi creía que habían triunfado, en realidad habían caído en una trampa, al entrar en la estrecha bahía los torpedearon por detrás desde tres puntos y ella enseguida logró escapar, pero un fragmento de submarino la golpeó a gran velocidad en la espalda, se quedó paralizada y, arrastrada a merced de la marea, acabó siendo recogida por un crucero; su regreso a la patria fue encomiado y aunque tras un periodo de internamiento en un hospital se volcó en la rehabilitación, le quedó una ligera parálisis en piernas y brazos, desesperada por la ociosidad cotidiana de una vida bajo las atenciones de su hermana, cuidadora de profesión, vertió su amargura en ella y le dio por decir ojalá se hunda todo; al país le arrebataron la isla, las fuerzas aliadas en las que confiaban proclamaron la no intervención, se rompió la alianza, el país se aisló; el suministro de provisiones empeoró a un ritmo acelerado y, como consecuencia de haber abierto de manera integral el mercado de alimentos al extranjero, la tecnología agrícola estaba obsoleta, los niveles de producción no aumentaban y en casa de Naomi pasaron a alimentarse dos veces al día con gachas de batata y cosas por el estilo; Pink, que había crecido bajo la influencia de Naomi, abandonó la casa decepcionada por el deplorable estado de su tía, entró en un centro de formación profesional en régimen de internado y tras graduarse se convirtió en reservista voluntaria, fue enviada al frente en la costa de Kyūshū, a los diecinueve años de edad falleció en combate pasto de un avión furtivo no tripulado, a Naomi la atormentó la culpabilidad como si hubiera sido ella misma quien la mató, el lastre de su corazón terminó de paralizar su cuerpo por completo; aun habiéndose imaginado una y otra vez su propia agonía, no podía morirse y dejar sola a su hermana, que apesadumbrada resistía a convertirse en un despojo humano; a principios de agosto, cuando corría el rumor de que el enemigo también había desembarcado en Honshū, el sol enloquecido vomitó su calor y las temperaturas en Tokio superaron los cuarenta grados por primera vez en diecinueve años. Los habitantes del archipiélago, debilitados por la extrema escasez de alimentos, fueron apagándose uno tras otro como efímeras; a Naomi, que veía como su hermana empezaba a desplomarse sobre el tatami incapaz de soportar el excesivo calor, se le ocurrió la idea de convertirse en un ventilador para refrescarla y cuando, agarrando con ambas manos un abanico, forzó su cuerpo inmóvil y empezó a rotar, recordó cómo diecinueve años atrás había girado del mismo modo para sobrellevar el calor, en aquella época Pink, que todavía era una niña, siempre quería jugar a kagome y girar; al contárselo a su hermana esta recobró el ánimo y empezó a girar con ella, como de algún modo habían recuperado la energía al atardecer salieron a buscar algo de comer y al pasar por el parque vieron una multitud de personas que giraba lentamente agolpada a la orilla del estanque; atraída, Naomi se puso también a girar y mientras miraba hacia arriba se sintió como si estuviese cayéndose del cielo, al rato advirtió que era porque estaba rotando hacia la izquierda, era la dirección contraria a la del reloj de hacía diecinueve años, si seguía así el tiempo también habría de invertirse, el error que durante diecinueve años se había enredado y agarrotado se desenmarañaría y Pink volvería a la vida, se dio cuenta de que había otro remedio para librarse de aquel infierno sin tener que confiar su suerte a rezos turbios y, jurándose que una vez acabase de retroceder los diecinueve años volverían a tomar el mundo en sus manos, siguió girando en la dirección contraria al rezo.

* Festividad en la cual se venera los espíritus de los antepasados. La fecha varía en función del lugar, pero la más extendida es el 15 de agosto. (N. del T.)

* Aves endémicas del Japón y otros países asiáticos. El nombre científico del mejiro u ojiblanco es Zosterops japonica y el del hiyodori, Hypsipetes amaurotis. (N. del T.)

* Letra de la canción de un famoso juego infantil: Todos los participantes forman un círculo unidos de las manos, excepto uno que hace el papel de oni o demonio y le toca sentarse en el medio con los ojos cerrados. Los que están de pie cantan la canción mientras giran y, cuando terminan, el demonio debe adivinar quién ha quedado justo a sus espaldas. (N. del T.)

* Viejo ideal del imperialismo japonés que predica la unión de los pueblos japonés, manchú, han, coreano y taiwanés bajo el gobierno del emperador japonés. Forma parte de la ideología que sirvió de pretexto para la ocupación japonesa de Manchuria y la creación del Manchukúo. (N. del T.)

* Portones que marcan la entrada al recinto sagrado de los santuarios sintoístas. En general, están formadas principalmente por dos pilares y un travesaño y a veces se pintan de bermellón. (N. del T.)

* En esta obra el autor escribe el nombre de Naomi con tres ideogramas entre los que se encuentra el de sakura, el cerezo japonés de flores rosadas, que a menudo simboliza el espíritu japonés y ha sido utilizado frecuentemente por el nacionalismo nipón. (N. del T.)

TRADUCCIÓN DEL JAPONÉS DE GABRIEL ÁLVAREZ MARTÍNEZ

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