Las cosas que soñaba empezaban a aparecer en los arbustos, la figurilla de plástico que cuelga de un paracaídas en algunos fuegos artificiales, la pequeña hoja de sierra circular, roma y oxidada, que imaginaba como una estrella arrojadiza, y se las metía en los bolsillos. Sus bolsillos eran enormes: durante todo el año llevaba uno de los tres pares de pantalones de camuflaje que había comprado en la tienda de excedentes de Huntoon con su propio dinero. Camuflaje para el desierto. Ten en cuenta que tenía más de 400 dólares, en su mayoría en billetes de veinte. Tenía una docena de navajas Buck. En el mismo cajón con el dinero en efectivo y las navajas tenía una pistola de perdigones Crossman de la que alguna vez había afirmado que era un revólver de verdad y con la que una vez apuntó al pequeño de los Gordon, lo cual hizo que el mayor de los Gordon le hiciera un corte sobre el ojo. El olor a coco tan fuerte que lo vivió como una degustación de la joven enfermera que le puso los puntos, y la fina cadena trenzada de oro pegada a su clavícula aparecían ahora en sus sueños, pero eso no importaba, decía el Doctor S, el problema es cuando va por el otro lado. Era como esa pancarta de papel que ponía INSTITUTO DE TOPEKA y que las animadoras sujetaban para que los jugadores atravesaran cuando tomaran el campo. Realmente, más que jugar, era eso lo que él quería, lo que imaginaba cuando era aguador en la escuela secundaria. (Míralo con pura alegría esprintando por la banda cuando uno de nuestros corredores se escapa.) Ahora en algún sitio hay una argolla que sujeta la pancarta entre el sueño y la vigilia y las cosas y las personas la atraviesan.

            Él estará en el McDonald’s de la Avenida Gage pidiendo su agua caliente y de pronto simplemente sabrá que el que pide delante de él es Papá, partículas del parabrisas en su pelo despeinado. Así que sale con la cabeza baja y vuelve a su Schwinn Predator y pedalea a toda velocidad hasta los arbustos del Parque Westboro donde puede respirar y meterse en los bolsillos cosas extraviadas de los sueños. Qué tienen los arbustos que te hace sentir a salvo, le pregunta el Doctor S cada vez que menciona refugiarse ahí. Ten en cuenta que hay una red de túneles bajo la gran masa de madreselvas y que tiene provisiones, una bolsa de plástico de pequeñas chocolatinas Snickers y PayDay para mantener la energía y un poco de cecina ligeramente enterradas bajo la maleza en un lugar que no revelará. ¿Hay otros sitios como los arbustos? ¿Por qué no piensas en este sitio como si fuera los arbustos, Dale?

Autorretrato con siete dedos por Marc Chagal. Imagen vía.

            *Bueno, quizás él podría hacerlo si el Doctor S no dijera al final de cada hora, Entre Sra. Eberheart, y luego Dale tuviera que escuchar a su madre quejarse. Hace poco sobre cómo arruinó el empleo perfecto en Alimentación Dillon que el Doctor S había ayudado a conseguirle, cobrando un favor. Porque Dale era deshonesto, poco fiable, y ni hablemos del nivel educativo. Lo que hace que Dale ralentice deliberadamente su respiración es cómo la voz de ella sube a un tono muy elevado, casi un chillido, de animal dolorido, justo antes de empezar a llorar, luego se vuelve profunda: No sé cuánto/ Más de esto/ Puedo soportar. Sus mentiras. Mi diabetes. Jornadas nocturnas. Ahí es cuando Dale siente que él mismo está a punto de llorar o de estrangularla pero en su lugar solo mira al cuadro del payaso en la pared del Doctor S, con tanta intensidad que sus colores cambian un poco. ¿Te gusta? Es una reproducción de un cuadro de Marc Chagall.

            No puede ser como los arbustos si esa zorra está aquí. Al principio el Doctor S solía decir no usamos palabras como zorra, maricón, cagado, pero desde que empezó a ver la parte de atrás de la cabeza de su padre, ya no hay realmente reglas. Porque ten en cuenta que Dale no es un maricón o un cagado a pesar de lo que dijeran Gordon o Hishky o Carter o Papá antes de que golpeara la mediana y atravesara el parabrisas en un túnel. Más de una vez Dale había confesado haberlo matado, momento en el cual el Doctor S decía muy lentamente, como si lo estuviera leyendo de un cartel a cierta distancia, No, Dale, tú no eres responsable —de ningún modo— de la muerte de tu padre. Pero Dale había volcado ese Honda una y otra vez en su cabeza, rebobinado, volcado de nuevo. En su mente se había sentado aburrido y sudando en el banco delantero de la Iglesia Presbiteriana de Potwin durante la misa antes incluso de que la patrulla de carretera los hubiera llamado. Siente el cuello almidonado contra su cuello recién afeitado.

            Desde que era un niño solía tomar agua caliente por las mañanas para fingir con su madre y con su padre que estaba tomando café, aquí tienes tu café mañanero, Dale, negro sin azúcar, es casi hora de trabajar. Una extraña risa compartida. La broma era que él fuera un hombre pero ahora es uno, a los dieciocho, y eso es exactamente lo que hace por las mañanas, una bebida caliente. En el McDonald’s te dan agua caliente gratis aunque puede ser difícil explicar que no quieres comprar su té Lipton. Más de una vez tuvo que comprar la bolsita que luego tiraría. (En la Avenida Gage generalmente le daban la humeante taza de poliestireno sin dificultad, pero la vez que probó en la 21 uno de los cocineros que quizá conocía dijo dile al retrasado que se joda.) Cuando había empezado el trabajo en Dillon su padre todavía no había atravesado el desgastado cartel y Dale se solía sentar en una de las sillas giratorias de plástico rojo cerca de la fachada de cristal y mirar el tráfico a través de su propio vago reflejo mientras sorbía, movía con una cuchara de plástico, sorbía. Y luego se levantaba con una determinación que creía que el resto de los hombres podía sentir.

            Si estás yendo a tu trabajo, el paisaje se organiza de manera diferente alrededor de tu bicicleta mientras te abres paso por él, olmos y arces plateados se alinean respetuosamente para dejarte pasar. Stacy, la amiga del Doctor S, le había enseñado donde podía dejar su Predator justo en la entrada lateral y donde podía coger un delantal verde de una percha. Átatelo así en la espalda. Luego solo pregúntame y te diré con cuál de las cajas tienes que ayudar primero. Aquí vienen las cabezas de brócoli la caja de gofres congelados el Wonder Bread los dos litros de Dr. Pepper lentamente sobre la cinta de goma, para luego ser pasados por la caja registradora, momento en el cual él tiene que ponerlos en altas bolsas dobles de papel y, si se lo piden, llevarlas o empujarlas en el carrito hasta los maleteros de los coches, los bastidores de los camionetas. A menudo transportaba la comida de gente que conocía, que había conocido, y le hablaban, y eso estaba bien. Los huevos y la leche tienen su propia bolsa de plástico, no me preguntes por qué. La satisfacción de colocar el carrito vacío en otro carrito del corral. Cuatro veinticinco a la hora por treinta era más dinero de lo que se podía imaginar una vez que multiplicabas treinta por el número de semanas que habría en los años durante los que planeaba trabajar. Una cosa era segura: se compraría el Fiero plateado de Ron Waldron e incluso dejaría que su madre lo utilizara si seguía una serie de normas.

            Pero luego a mediados del primer mes la caja no registra un bote enorme de algo y el maricón de Mike, para el que está empaquetando, le dice que compruebe el precio, lo cual significa primero encontrar el pasillo y luego el estante y luego el número que sea en la etiqueta que sea que corresponda al bote en cuestión, antes de llevar todo eso en la cabeza y en las manos de vuelta a Mike quien desde hace un tiempo habrá ya terminado de escanear el resto de alimentos, el cliente cabreado seguro. Stacy nunca dijo que los precios fueran su trabajo. Para cuando localiza el pasillo en cuestión ya se ve a sí mismo de vuelta incapaz de explicar que la etiqueta con el precio estaba a la misma distancia de dos juegos de tarros similares pero distintos, o que cuanto más fijamente miraba más se emborronaban esas diferencias, el color de las etiquetas cambiando hasta que no podía establecer una separación entre lo que cuesta esto, lo que cuesta aquello. Emparejaría las palabras si las letras y los números no se volvieran hormigas corriendo por la acera ramitas flotando por el agua mientras él se quedaba ahí parado y si los otros clientes no hubieran empezado a reírse de él hasta que se volvió a por ellos. Solo ahí parado delante de los estantes con un sudor frío se da cuenta de la música de fondo que lleva reproduciéndose en el Dillon toda de 1995.

            Y luego en cuarto curso la Sra Greiner le está diciendo que lea en voz alta ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, en voz alta, podemos esperar todo el día, las risas, mientras en el séptimo curso el entrenador Skakel lo coge de la máscara protectora durante las pruebas y lo arroja al suelo por ser un estúpido de mierda, los oídos pitando, olor a césped recién cortado. También está sentado en una oficina mientras el Doctor Allen le dice a su padre aproximadamente unos nueve o diez años en un cuerpo adolescente, mientras Carter lo traiciona con una historia acerca de hacerle un dedo a Becky Reynolds algunos años más tarde, sabes acaso lo que significa hacer un dedo, la misma risa alrededor del fuego, las chispas saltando desde la madera del naranjo de los osages. Todos esos momentos innumerables están presentes siempre que uno lo está, los pequeños espasmos faciales alrededor de la comisura de su boca lo reflejan.

            Tienes que escapar de donde quiera que esos momentos se acumulen en el espacio así que camina cabizbajo hacia el almacén, cuelga el delantal, y pedalea las cuatro manzanas hasta el Surplus donde puede sentarse alejado en la parte de atrás abriendo y cerrando una caja de munición de calibre .50 hasta que finalmente Stan sin levantar la mirada desde detrás del mostrador dice Basta ya. Stan, incluso aunque es gordo y jadeante, y a pesar de que le falta un pulgar, podría poner sus manos sobre tus orejas y golpear, como todos los Marines, de un modo que acabe con tu vida, o empujarte la nariz dentro del cerebro con la palma de su mano. Estas y otras habilidades de combate que Dale a veces pensaba que había absorbido, esperaba no tener que usarlas. Del mismo modo Dale sentía que había experimentado un poco de cualquier aventura que relatara Stan, igual que una vez que un profesor le contó a Dale que oler una cosa significaba meterte algunas de sus partículas dentro de ti. Así que si Stan decía que por todas partes había putas por las que apenas había que pagar solo tenías que escupir sobre tu polla para lubricar, Dale no pensaba que estaba realmente mintiendo cuando le contaba a un grupo de chicos de secundaria que jugaban al baloncesto en el patio de Randolph que se había follado a una, escupido, etc. No tuvo que pagarle aunque podía, tengo más de 400 dólares. Si dices algo que después de decirlo se mantiene, eso lo hace lo suficientemente verdadero, así que él no tendría que pensar que estaba mintiendo, incluso aunque a menudo, más adelante, sintiera que lo había hecho. Durante toda su vida su madre le solía pedir que reconociera que estaba mintiendo antes de que ninguno pudiera saberlo.

            El Surplus era y no era como los arbustos. Sí lo era porque de ningún modo un Gordon o un Hishky o un Carter podrían alcanzarlo aquí donde Stan, que había conocido al padre de Dale, era el jefe. Puedes matar el tiempo aquí libremente si estás callado. Sí porque este era como los arbustos un sitio oscuro donde Dale tenía conocimiento táctico, incluso sabía dónde detrás del mostrador estaba encerrada la antigua pero cargada Luger. No porque las partículas de la ira de Stan se metieran en él. Todas dicen que quieren el tipo de chico amable y sensible y luego se tiran al equipo entero no es eso verdad Dale. Yo no soy racista Dale pero ellas lo persiguen y se lo están buscando. Su nombre estaba siempre mezclado en estas frases cuando Stan estaba de humor para hablar. El verano antes de su primer año lo habían retado a besar a Holly Ziegler, juraron que ella quería que él la besara, simplemente era demasiado tímida para pedírselo, y el modo en el que ella gritó y se enrojeció y sacudió las manos delante de su cara era como cuando una abeja se posaba sobre su madre que era alérgica. Las risas. Él era culpable incluso antes de que su mano abierta conectara con la cara de ella y mientras le estaban bañando a golpes, con la mierda en la boca, quería decir lo siento, Holly, a quien había conocido desde la guardería, solo vivía a tres manzanas de él. No tienen ni idea de lo duro que es probar tu propia sangre, olor a césped recién cortado, y no irte a casa y coger tus cuchillos o tu pistola o volcar sus coches en tu mente. Y cuando la ira de Stan se metió dentro de él Holly era solo una zorra que sostenía el aro a través del que los otros saltaban. Podían pasar días en su mente hasta que ella dejaba de serlo.

Si estás yendo a tu trabajo, el paisaje se organiza de manera diferente alrededor de tu bicicleta

            El Doctor S no estaba enfadado por el trabajo, no tenía ninguna partícula de ira dentro de él y punto. Más de una vez Dale se preguntó si esto hacía que el Doctor S fuera un cagado. No era un problema por mi parte, es algo que podemos intentar de nuevo más adelante si te parece adecuado. Lo que le preocupaba al Doctor S era que Dale pudiera estar teniendo al menos algunas leves alucinaciones, lo cual lo es lo mismo que contar rollos. Dale, dijo el Doctor S, Dale, hasta que Dale volvió la vista del cuadro a los ojos del Doctor S, lo que quiero decir es que esto suena a que estás viendo cosas que no están ahí, como tu padre. Papá no veía cosas que no estaban ahí, pensó Dale, con la mirada de vuelta al payaso en su marco plateado. Aunque en ese estado que Dale acabaría entendiendo como ebriedad, su padre solía maldecir a personas que no estaban presentes, atravesar con el puño la pared de yeso del sótano. O quizás solo me estás diciendo que piensas en tu padre, que sientes que está justo ahí, pero que sabes que no está realmente. Si piensas que estás viendo o si vamos al caso escuchando cosas que simplemente no pueden ser, Dale, quizás te ayudaría repetirte a ti mismo, o incluso decir en voz alta, esto no es real. Esto no es real. Te sorprendería lo mucho que eso ha ayudado a algunas otras personas que conozco.

            A palabras necias. Me rebota y se te pega. Al principio ser excluido lo equiparía con débiles hechizos que lanzar contra los insultos. La necesidad de los refranes los refutaba y mientras iba creciendo lo único que conseguían, si acaso, era alimentar las risas. Buena respuesta, Dale. Si todavía se decía a sí mismo esas cosas u otras frases privadas, era solo para ralentizar o interrumpir la maquinaria de su voluntad antes de que fuera demasiado tarde y hubiera puesto alguna trampa contra enemigos en una autopista o una carretera rural. Es como si dentro de su cabeza hubiera un videojuego, excepto porque lo que pasa ahí pasará aquí. Últimamente ha estado basado en Spy Hunter, que es uno de los favoritos de Dale en la Sala de Recreativos Aladdin en el centro comercial de White Lakes. La misma música electrónica. Desde arriba ve una franja de asfalto moviéndose verticalmente a través de un paisaje simplificado. La imagen es tan vaga que sería difícil para Dale determinar si está imaginando gráficos o un terreno real. Pero abajo puede distinguir el Fiero plateado que es su avatar frenando y sabe que si le da a un botón en su mente el coche soltará una capa de aceite o una pantalla de humo en su estela. Y aunque es imposible determinar cuándo se encontrarán Hishky o Carter o Gordon con esas vagas pero peligrosas amenazas, ten en cuenta que lo harán, ellos acabarán atravesando sus parabrisas. Una vez, después de que hubieran estado hablando de su padre, el Doctor S le preguntó a Dale si sabía cómo había adquirido esos poderes. Dale le dijo que no.

            Pero sí que lo sabía. Fue en el colegio Círculo Luminoso de Montessori en la Avenida Oakley cuando tenía cuatro años, cuando todavía tenía la misma edad que su cuerpo. Hacía calor para ser finales de septiembre y el cielo estaba despejado cuando su madre lo dejó allí. Está bien, cariño. En este momento Dale ya no se aferraba ni lloraba más, simplemente caminaba hasta la Sra Coleman y la saludaba con un abrazo y luego silenciosamente construía y destruía torres de bloques de madera y esperaba a que llegaran Ben y Jason. Luego los seguía por todas partes y ellos lo dejaban hacerlo. Ese día estaban en la arena del jardín trasero durante el tiempo libre y Ben dijo que tenía una planta con poderes especiales que había cogido de la valla de tela metálica. Como la hiedra venenosa o el roble venenoso o como las espinacas hacían fuerte a Popeye, esta era una planta que Ben frotaba entre sus manos hasta que liberaba algún tipo de fuerza. No tienes que comértela. Ben frotó las hojas verdes que había cogido, luego se las dio a Jason, quien luego se las dio a Dale, quien consiguió mancharse un poco las manos con ellas y luego las enterró en la arena como le mandó Ben. Luego Ben dijo tienes que pedir un deseo de que pase algo y pasará. Dale no se acuerda de lo que desearon Ben o Jason, o de si se lo contaron, pero Dale estaba obsesionado con los tornados y dijo que usaría su poder para crear uno y luego jugaron a algún otro juego.

            Los pechos de quince niños pequeños subiendo y bajando en cunas en la habitación principal de moqueta beige mientras el sonido mal imitado de las olas sale de un equipo de música portátil enchufado en la esquina. En la cocina contigua, la Sra. Coleman y su ayudante Pam están preparando un tentempié, vasitos de papel con uvas cortadas por la mitad para minimizar el riesgo de ahogarse. Dale se despierta cuando se da cuenta de que la lluvia está cayendo sobre el techo de aluminio del colegio. En silencio se levanta y se lleva su conejo de peluche a la ventana y aparta la cortina para ver las nubes extraordinariamente negras que cree que están descendiendo. Desde el roble rojo del patio delantero del colegio, el viento lanza bellotas contra la ventana y él se asusta. Solo paulatinamente se da cuenta de que está mirando a su propia obra. Sus manos están limpias ahora, la Sra Coleman le hizo frotárselas antes del almuerzo, pero las siente al mismo tiempo hipersensibles y adormecidas, como la vez que tocó el horno. El olor de la planta mágica todavía se detecta debajo del limón artificial del jabón. Vuelve de prisa a su cuna y tira de las sábanas de Snoopy sobre su cabeza e intenta cancelar la tormenta que ha convocado. A su conejo sin nombre le pide perdón una y otra vez. Y luego escuchamos las sirenas poniéndose en marcha.

*

Dale solía ayudar a su vecino Ron Waldron a mover las cosas de su garaje a su camión o al revés, principalmente herramientas y madera. Dale puedes ayudarme con esto lo llenaba de orgullo. Cody Waldron era de la edad de Dale y aunque habían jugado juntos en un pasado lejano, Cody, un silencioso atleta, ahora ni siquiera lo miraba. Cody no lo defendía de tipos como Carter o Hishky o Gordon pero no le hacía ningún daño, nunca se unía a las risas. Fueran los que fueran los deseos de Cody, no desafiaba a su padre quien había dejado claro sin palabras que no jodes a Dale. A veces Cody y Dale cargaban o descargaban el camión juntos y Dale sentía un breve objetivo común con un compañero, lo levantamos a la de tres. Si Ron y Cody estaban lanzando unas canastas en la entrada, Dale podía aparcar y comentar o quizás bajarse y recuperar el balón para ellos. Haz un tiro, Dale.

            Las tardes de fin de semana Dale pasaba por la casa de Ron y bajo la luz amarilla del garaje, veía a Cody y a sus amigos y chicas bebiendo. A veces Ron estaba ahí fumando un puro, lo saludaba, pero nunca lo llamaba. Si era verano y Dale estaba en su propio jardín podía escuchar, atravesando el sonido de los insectos, la radio y las risas.

            Hasta que un viernes de noviembre, después de descargar material pesado hasta el atardecer, Ron dijo, por encima de la silenciosa oposición de Cody, quédate y te tomas una cerveza. En el garaje Dale vio que había un tonel plateado en un cubo de basura de goma lleno de hielo y observó mientras Ron pinchaba el tonel con la válvula. Es el cumpleaños de Cody y preferiría que bebieran aquí. Le dio a Dale un vaso de plástico rojo lleno principalmente de espuma, luego se sirvió a sí mismo y a Cody. Ron señaló una pila de sillas plegables y Dale abrió una y se sentó junto al barril mientras Ron ponía algunas herramientas en un panel con ganchos y Cody se llevó su vaso adentro, me voy a duchar.

            Moverse solo para beber o para limpiarse la espuma con la manga y bajarse la gorra de KC Royals sobre los ojos lo máximo posible le pareció a Dale la mejor estrategia para mantener esta improbable inclusión. Cuando Ron rellenó su vaso también rellenó el de Dale, pero incluso sin el alcohol, la ansiosa alegría de Dale se habría liberado en las sustancias químicas de su sangre lo suficiente como para impedir que sintiera el frío aire otoñal a través de su sudadera. Como para señalar la ocasión Dale vio parpadear la luz la farola de la Sexta y Greenwood  y entonces junto a ella la primera nieve revoloteó como polilla más que cayó. Escucha las puertas de los coches cerrándose bruscamente y las voces de tipos como Carter Hishky o Gordon acercándose. Ron estaba ahí, así que Dale no se movió. Ninguna palabra, solo ilegibles sonrisas sorprendidas, fueron dirigidas a Dale cuando los tipos saludaron a Mr. Waldron, uno de los padres más guays, estrecharon la mano de Cody, este último ya de vuelta con vaqueros amplios y ropa deportiva oficial. Ron debe haberle dado a Dale la pila de vasos de plástico rojo porque se vio a sí mismo ofreciéndoselos a todo el que se acercaba al barril. Un trabajo, este sin precios. Estás trabajando en el barril, Dale, dijo alguien, básicamente burlándose de él.

            ¿Cuándo aparecieron las chicas, Holly Ziegler entre ellas, y cuándo supo que ella llevaba vaqueros negros, un jersey rojo con cuello en uve, el pelo recogido tirante si no la iba a mirar para nada? Pero ella dijo, Hola, Dale, con los labios recién pintados prácticamente sonrientes y cuando le alcanzó los vasos ella cogió uno, gracias. Conocía, por sus dos años en el IT o en sus colegios anteriores, los nombres de casi todos los que estaban en el garaje, aunque raramente había tenido ocasión de hablar con ellos. Deja que te llene eso, dijo Alec Owen, y lo hizo. Salud, tío, vamos a emborracharnos. El metal de la suave cerveza en la lengua de Dale.

No tienen ni idea de lo duro que es probar tu propia sangre, olor a césped recién cortado, y no irte a casa y coger tus cuchillos o tu pistola o volcar sus coches en tu mente

            Stan le había pasado un montón de ira sobre la música rap y sobre todos esos blancos que imitan a los negros y a los que ahora el rap les encanta pero a Dale le parecía que lo que salía del equipo de música tenía, como los carritos de la compra o el cierre de la munición o una de sus frases raras que conseguían mantener el sentido después de un tiempo, una forma perfecta de encajar que le hacía sentirse idéntico a su cuerpo, ahora su cuerpo con la noche. Dale no se había movido de su silla pero el ala del sombrero se había levantado un poco y vio que algunas de las chicas si bien no estaban bailando en el frío garaje, estaban moviendo la cabeza o brincando un poco al compás de la música, de la rítmica canción, mientras se paseaban. La intensidad del deseo que esto le suscitaba estaba más cerca de su satisfacción que nada de lo que había conocido antes. Dale en aquel garaje, en su silla, el siglo pasado, su felicidad. Todos los ojos sobre mí, decía la música.

            Luego Hishky le estaba ofreciendo cigarrillos, eh tío qué pasa. Gordon también estaba ahí, sin rencores por lo que pasó el verano pasado. Saludo de Davis. Dale sabía que tenía que estar atento, pero cuando la chica llamada Laura dijo déjame verte el pelo, le quitó el sombrero, y metió sus dedos terminados en color rubí a través o al menos por toda la negra y despeinada masa que no había sido lavada ni cortada recientemente, la pura emoción le abrumó demasiado como para preocuparse por las risas aquí y allá. Esto no es real. Otros empezaron a sacarle conversación, dónde te has comprado esas botas tan guays, eso es un chupetón o un moratón, sigues haciendo artes marciales. Deberías salir más con nosotros, Dale. Sí, estamos hartos de los mismos gilipollas de último año. Él solo se reía cuando otros se reían, seguía bebiendo del vaso que ellos seguían rellenando.

            A causa del alcohol y de la absoluta improbabilidad hubo un gran retraso entre que algo sucedía y que esto se registraba en su conciencia, Dale dándose cuenta de que la fiesta se había disuelto solo cuando ya lo estaban engatusando para montarse en la parte trasera de un Jeep Cherokee que él había casi volcado muy a menudo, Hishky conduciendo, Laura de copiloto, mira el fuego de su cigarrillo, Davis junto a él en la parte de atrás, brindando con una botella de vino Mad Dog 20/20 Coco Loco, el bajo de lo que Hishky llamaba su equipo golpeteando el pecho de Dale, todos los ojos sobre mí. Es como si cuando el aire frío que entraba estruendosamente por el techo que Hishky había dejado abierto para que saliera el humo consigue que Dale se dé cuenta de que están en la I-70, ya hubieran llegado al Lago Clinton a unos treinta kilómetros, principalmente gente de último curso bebiendo alrededor de una hoguera, las chispas volando desde el chisporroteante naranjo de osage, algunas parejas liándose sobre mantas, el mismo artista saliendo de otro equipo de música. Solo cuando se arrastra sobre su espalda después de potar dolorosamente en la hierba en alguna parte más allá del círculo del fuego, los escucha de verdad cantando Dale, Dale, Dale. Y ahora que cierra sus ojos ve las estrellas.

            Traducción de Elvira Herrera

Si quieres sabes más sobre el número de los «Mejores narradores jóvenes de Estados Unidos», lee el texto introductorio de Sigrid Rausing, directora de Granta en inglés.