En la primavera de 1979 se publicó el primer número de Granta, una revista estudiantil de Cambridge fundada en 1889, con un nuevo concepto y presentación editorial: una publicación literaria trimestral con formato de libro. Bill Buford y Pete de Bolla eran sus directores. El título de aquel número fue New American Writing [Nuevos escritores estadounidenses], presentaba textos de Joyce Carol Oates, Norman Bryson, Tillie Olsen, Leonard Michaels y Susan Sontag, junto con otros –algunos de crítica literaria, otros más que eran apenas noticias o artículos de revista– de autores como Cheever, Updike o Bukowski.
La introducción empezaba con una denuncia de los editores contra la literatura británica contemporánea que, para ellos, no era «ni notable, ni notablemente interesante».
«La literatura actual –concluían con alborozo–, no es satisfactoria sencillamente porque supone una continua y predecible mismidad sin inspiración, incluso cuando articula el balbuceo de problemas predecibles.»
Eran jóvenes y entusiastas, y tenían algo importante que decir: la literatura de Estados Unidos –«provocadora, diversa y atrevida»– no era lo debidamente conocida en el Reino Unido, donde los editores se demoraban en encontrar las joyas estadounidenses. Dicha negligencia, argüían Buford y De Bolla, era señal de una carencia de debate, era señal de falta de crítica literaria y señal de la ausencia de «un lugar donde se puede practicar la imaginación». La renovada Granta estaba llamada a llenar ese vacío cultural y sus editores lo colmarían trayendo la literatura estadounidense al Reino Unido.
Granta despegó, y a los pocos años sus editores concibieron la idea de un número donde aparecieran los mejores novelistas jóvenes británicos: Granta 7, publicado en coedición con Penguin en 1983, fue el primer número de la serie de «Los mejores novelistas jóvenes». Fue una lista muy celebrada, probablemente más que todas las sucesivas, e incluyó a escritores, hoy plenamente reconocidos, de la talla de Martin Amis, Pat Barker, Julian Barnes, William Boyd, Kazuo Ishiguro, Ian McEwan y Salman Rushdie. Afianzado el concepto, se publicó un segundo número en 1993; el tercero en 2003, y el cuarto en 2013.
Ian Jack fue el editor del primer número, publicado en 1996, de los «Mejores novelistas jóvenes estadounidenses». Se había previsto entonces un sistema algo engorroso mediante el cual cinco jurados regionales enviaban su selección a un jurado central. Es bien sabido que aquellos jurados regionales pasaron por alto algunos de los más interesantes nombres más prometedores: Nicholson Baker no figuraba, algo que Ian Jack calificó de «perverso y descabellado» en su prólogo al número. David Foster Wallace, Donna Tartt y William T. Vollman tampoco pasaron el rasero del jurado regional, aunque muchos destacados escritores sí fueron incluidos: Sherman Alexie, Edwidge Danticat, Jeffrey Eugenides, Jonathan Franzen, Elizabeth McCracken y Lorrie Moore, entre otros.
La renovada Granta estaba llamada a llenar ese vacío cultural y sus editores lo colmarían trayendo la literatura estadounidense al Reino Unido
«¿Quiénes son los mejores novelistas de Estados Unidos?», interrogaba la contracubierta de la revista, e inmediatamente renunciaba a la pregunta con esta advertencia: «Una pregunta mal formulada. La escritura no se puede medir como se mide a los millonarios, a los edificios o a los atletas –como los más ricos, los más altos o los más rápidos». Es posible imaginar a Ian Jack, escéptico e inteligente, redactando aquellas líneas. Aunque, por supuesto, no tarda en rendirse, pues el resto de la contracubierta no es más que una defensa del concepto que se había planteado para que fuera, al menos, una «pregunta útil».
En 2007 repetimos. En esa ocasión el proceso de selección fue más sencillo, pues se conformó un solo jurado con Edmund White, A. M. Homes, Meghan O’Rourke, Paul Yamazaki, Ian Jack y yo. Enviamos y recibimos correos electrónicos (en ese entonces a la gente le preocupaban menos las filtraciones y los hackeos), y terminamos por reunirnos en Nueva York para debatir la selección definitiva. «Ninguna lista como esta puede ofrecer nada parecido a un juicio terminante –escribió Ian en la introducción del número–. Eso le corresponde a la posteridad, si es que algo así existe.»
En todo caso: fue una buena lista. Ian también mencionó la preocupación por la muerte en la literatura estadounidense contemporánea, y señaló que «los muertos», «la memoria de los muertos» y de los «posmuertos» eran temas recurrentes en las obras que habíamos leído. Y citó unas palabras de Zadie Smith sobre la literatura estadounidense procedentes de un prólogo a una previa antología de escritores de ese país: «¿por qué estáis tan tristes?». Pero ¿qué decir de la frase de Ian Jack sobre el juicio de la posteridad; «si es que algo así existe»? Por qué tan triste, Ian?
La verdad es que las fantasías apocalípticas nos han contagiado como un virus, e inoculado el corazón de la literatura de Estados Unidos. La distopía estadounidense fue un tema recurrente de la ficción hace diez años y parece persistir todavía: las guerras, las pandemias y las disfunciones predominan (aunque ahora hemos detectado una buena dosis de humor). Desde fuera parece que las razones de esa tristeza son más bien obvias: el 11 de septiembre, la guerra, los ataúdes envueltos en banderas estadounidenses, el estrés postraumático, el escándalo de las torturas, Guantánamo, las masacres en los colegios y la violencia armada, la guerra contra las drogas, la crisis de 2008… ¿dónde están las buenas noticias? Desde la muerte de las abejas hasta la desindustrialización, desde el cambio climático hasta el populismo, todo parece desolador.
Pero el panorama siempre ha parecido desolador: aquí tenemos un país extenso con grandes problemas y una prensa libre: por supuesto que parece desolado. ¿Ha leído alguna vez un periódico en un país con censura? Inténtelo: allí es donde se encuentran las buenas noticias, las noticias insípidas, las historias felices.
Determinar la lista de este año ha sido una tarea ingente. En la lista anterior, hace un decenio, leímos más de doscientas novelas para la selección general. En esta ocasión se presentaron el doble de obras. Rosalind Porter, directora ejecutiva de Granta, a pesar de su permiso de maternidad continuó con las lecturas. Francisco Vilhena, Luke Brown, Eleanor Chandler, Luke Neima y Josie Mitchell leyeron con voracidad. Nuestros editores en Granta Books también leyeron: Laura Barber, Bella Lacey, Max Porter, Anne Meadows y Ka Bradley, todos ellos colaboraron. Alex Bowler, el nuevo director editorial que se integró cuando la selección general estaba ya casi concluida, mantuvo un creciente interés en el proceso. Yo presidía las reuniones semanales en las que se discutía y registraban los méritos de cada libro.
La distopía estadounidense fue un tema recurrente de la ficción hace diez años y parece persistir todavía: las guerras, las pandemias y las disfunciones predominan (aunque ahora hemos detectado una buena dosis de humor).
Optamos por formar un jurado compuesto sólo por escritores, pues nos parece que la mayoría de los autores de narrativa están actualmente involucrados con la obra de otros escritores, ya sea en la docencia, en la edición o en la publicación. Le pedimos entonces a cinco escritores que admiramos, Paul Beatty, Patrick deWitt, A. M. Homes, Kelly Link y Ben Marcus, que integraran el jurado.
Toda lista es reflejo de preferencias personales. Somos conscientes de los escritores que podrían haber quedado incluidos en la lista si las conversaciones hubieran tomado un sesgo ligeramente distinto. Paul Beatty tuvo que retirarse del jurado cuando recibió el premio Booker por su novela El vendido: las exigencias hicieron muy difícil que pudiera continuar. No podemos saber qué influencia habría ejercido su participación en los debates finales. Algunos lamentamos que no se incluyera a Laura van den Berg, Steven Dunn, Téa Obreht, Brit Bennett o Tao Lin. Maggie Shipstead y Katy Simpson Smith también habrían podido formar parte de la lista. Violet Bulawayo, una escritora maravillosa, infortunadamente no cumplió con los requisitos de participación, aunque estaba incluida en la selección original.
Por primera vez hay más mujeres que hombres: doce frente a nueve. En la edición anterior eran ocho mujeres y trece hombres; la primera estaba conformada por siete mujeres y trece hombres. El progreso, supongo… o el azar. No contamos sino hasta concluir los debates. En 2007 había más escritores inmigrantes: siete habían nacido o se habían criado en otros países. En esta ocasión sólo cuatro escritores nacieron en el extranjero.
Toda lista también supone transigir, evidentemente. Pero una vez concluida, cobra vida propia. Tobias Wolff, quien fuera jurado en 1996, el año en que pasamos por alto a grandes nombres, escribió esto:
«Me parece que se podría componer otro número de Granta a partir de los escritores que no aparecen en esta edición sin que se pierda en absoluto la calidad. La idea misma de escoger a veinte escritores que representen una generación puede tener sentido en su país, pero en el nuestro, inmenso y repleto de escritores jóvenes, semejante procedimiento sólo revela los prejuicios del jurado, entre ellos los míos.
Lo cual no implica que la nuestra no sea una lista excelente. Lo es. Y en ella encontrarán a muchos escritores con un talento excéntrico e incluso visionario… Leímos un enorme conjunto de buenos libros y llamamos la atención sobre algunos de ellos, y dimos ocasión a los aficionados para que elogiaran a sus escritores favoritos pero desdeñados ridiculizando nuestra lista. Estoy orgulloso del incompleto e insatisfactorio trabajo realizado, y espero que dicha deficiencia, al estimular la cólera y el recelo, despierte en otros la curiosidad por el excepcional alcance y vitalidad de los escritores que están alcanzando actualmente la plenitud de su potencial».
Eso fue cierto entonces y es cierto ahora.
Pero sobre todo quiero agradecer a los escritores incluidos, porque esta, por supuesto, no es sólo una lista, sino también una antología.
Quiero agradecer a todos los que hicieron posible este número. Al jurado: a Patrick deWitt, a Kelly Link, a Ben Marcus y a A. M. Homes, en primer lugar; fueron escrupulosos y muy agudos, y fueron también una excelente compañía. Josie Mitchell, una de nuestras asistentes editoriales, se ocupó con excelencia de toda la logística. Daniela Silva, la diseñadora de Granta, ideó la portada y encargó y fotografió la instalación lumínica. Anthony D. Romero de la ACLU (Unión Estadounidense por las Libertades Civiles) nos abrió las puertas de su sala de reuniones, lo cual agradecemos mucho. Mimi Clara asistió en la logística, así como nuestras publicistas Suzanne Williams y Elizabeth Shreve. Los agentes y editores nos han apoyado de manera constante y agradecemos también su generosidad.
Pero sobre todo quiero agradecer a los escritores incluidos, porque esta, por supuesto, no es sólo una lista, sino también una antología. Aquí está Ben Lerner con la conmovedora historia de Dale. Aquí está Greg Jackson con las viejas políticas de la izquierda y las nuevas políticas de la derecha; aquí están Sana Krasikov, Karan Mahajan y Dinaw Mengestu que abordan, de una manera o de otra, el terrorismo. Aquí está la imaginación de Jesse Ball, Mark Doten, Jen George y Ottessa Moshfegh, y están las nuevas y apasionantes narraciones de Halle Butler, Emma Cline, Rachel B. Glaser, Lauren Groff, Yaa Gyasi, Catherine Lacey y Chinelo Okparanta. Aquí está Garth Risk Hallberg con otro personaje neoyorquino; Anthony Marra con la huida del destino en una isla italiana; Esmé Weijun Wang con la enfermedad mental, el racismo y el asesinato; Joshua Cohen con un soldado en el ejército israelí, y Claire Vaye Watkins con una relación del pasado…
Me gustaría seguir, pero tampoco quiero desvelar la trama de los relatos. Léanlos y juzguen ustedes mismos.
Traducción de Santiago A. de Narváez
[Si te interesó este texto te sugerimos la introducción a nuestro número de Resistencias]