Lluvia de abril en Madrid

Y la ciudad mojada por esta persistente lluvia de abril.
Portales cerrados, jardines cerrados, terrazas destartaladas.
Todo clausurado por donde se pueda colar nuestro desamparo.
Tras los cristales: los árboles, las fachadas, las luces
de los vecinos desconocidos, ahora familiares,
la espera infinita para volver a ser lo que rechazábamos.
Nos falta algo, no sé cómo llamarlo, pero entre todos no
lograremos arrancarlo de las entrañas.
Paseo cauteloso por el piso, pasos contados:
adelante y atrás. Desde el año 1892, ¿cuántas cosas habrá visto?
Camino imaginándome arrastrar los pies
por las catedrales que pisé: románicas, góticas,
el barroco tan irreal como la utopía que cubren los baldaquinos,
el rococó, las volutas, las pilastras, los acantos,
todos ellos que no son sino nostalgia del simio
por la selva perdida. Camino por mi propia caverna.
Los balcones claros, el pasillo oscuro.
Por los cristales rotos de los espejismos, piso cauteloso.
¡Qué insegura corre la bicicleta prohibida!
Sobre el Retiro: pájaros traídos del Caribe y ahora
sueltos a su deriva y las ardillas que se multiplican y
los gatos que amedrentan en la noche con sus aullidos como
de leones del antiguo zoológico. Y las tortugas
que han crecido tanto que no caben por los desagües
de las casas, y las carpas, y las barcas concupiscentes
varadas en el estanque, y los olmos recién partidos
por el demonio alado de los recuerdos. Y la ciudad mojada
por esta lluvia de abril que no empapa.
En Claudio Coello, a la altura de Columela,
alguien gritó desde su balcón: “¡Adelante!”,
“¡Adelante!” “¡Y que suba el violín!”. Pero solo contestó
el silencio. ¡Oh corazones ignorantes!
Callados para oír, solo al vacío apofántico.
Y la cabeza volvió sobre la almohada y los pensamientos
se hicieron amos de sí mismos.
Y la ciudad y la lluvia, y los cristales mojados, y la
prisión domiciliaria. “¡Amo mi patria! ¡Yazgo en sus cárceles!”.
Paseo cauteloso. Desfilo pausado como por la orilla
del mar, pero el mar está tan lejos. Los versos son algas y
la memoria es un cangrejo atrapado en su nasa.
Dolore ostello. “… Ahi serva Spagna, di dolore ostello”.
Nos hemos hecho problemáticos: no sabemos qué somos.
Tras los cristales vivimos sintiendo un país
que se nos aleja, que se nos difumina en la lluvia
de abril. Pasos y pasos, pasillo arriba y abajo
sin saber ya la popa o proa en manos de los vientos,
en las playas sin cartografía. Los pasos adelante
y atrás son como el saber y el desconocer.
Ningún desánimo es mayor que el nuestro,
pero cualquiera de nosotros es más fuerte que la tristeza.
Tras los cristales aprendemos el arte de las despedidas.
Pero las calles están vacías y no hay a quién gesticular.
Llueve sobre mojado. El viejo mundo se pisa los talones.
¡Quién participará en el parto nuevo!.
Vivimos de los malentendidos que suscitamos.
Dudamos por método. ¿Si tuviéramos la vocación de la
plegaria quizás los días se harían más cortos?.
El descontento de estos días linda con la furia
sagrada de otros remotos tiempos.
Y la ciudad mojada por esta lluvia de abril.
Y me voy al armario a coger la gabardina, en plena
noche, para fugarme de la existencia.
Pero no hay taxis en la parada del Wellington,
y la boca de metro de Retiro está enrejada,
y los autobuses fantasmas pasan sin abrir las puertas
automáticas. E incluso no hace falta entonar el
… te lucis ante”. Tras los cristales nos sobrevivimos.
¿Por qué existe el absoluto cuando solo debería existir
la nada? Me gustaría, cada día, aplazar mi despertar.
Pero a primera hora debo bajar oculto a pasear
a mi perro. Con él me siento pleno de mitos y palabras,
en medio de una cohorte de dioses. A veces ladra para
delatarme: “¡Aquí está. Deténganle. No es tan valiente!”.
La ignominia de la llamada muerte natural frente a la de estos
días lluviosos del mes de abril. Y la ciudad que de tanto
silencio podría quedarse dormida ya sin límite.
Y, mientras, el salón, las habitaciones, la despensa
nunca saciada, se entregan al ritual.
Ahora, en la ciudad mojada por esta lluvia de abril,
mi estado perfecto es la ignorancia.
Y los días avanzan etéreos y siempre es el mismo día
nostálgico del anterior. Y solo busco la felicidad
en la inocencia de la culpa.

 

La cura melancólica

Y el mar se agita,
y toma el color de mis canas.
Quien lo ama es ya libre.
La cura melancólica:
mira el batir de las olas,
mira el correr de los ríos.
Y el choque de la lluvia que empapa
y canta sobre la superficie de las corrientes,
dulces o saladas,
se asemeja al sonido de las ajorcas
de oro en los tobillos de nuestras antiguas
sacerdotisas. ¡Oh Podestà! Ahora tan muerta
como Helena. ¿A cuál de ambas elegiré
en el Hades?

 

Hiare

¿Cómo podemos llegar a la luz
si incluso Dios pertenece a las tinieblas
que son una parte de su esencia?
Lo que tiene que suceder
solo puede provenir de la parte
clara de Dios. Pero la poesía
debe indagar la oscura,
la oculta,
para eso fue creada,
pues todo lo que carece de un verdadero
fin es un trabajo vano.
En realidad la poesía es un hiato,
es el hiare, es decir, el espacio
que hay entre la luz y la oscuridad,
entre nuestro sueño y el despertar,
entre el creer y el descreer.
Pues ya lo escribió Ovidio: la poesía
es un consuelo y una garantía de
persistencia más allá
de la muerte. Es decir, de la oscuridad
de las tinieblas del propio
Dios.


Fotografía: Felipe Gabaldón – Reflejos del Ángel Caído (CC BY 2.0).