En una secuencia de mi novela parisina Paisajes después de la batalla[1], el narrador-escriba, que copia escrupulosamente en sus cuadernos algunos anuncios eróticos de Libération y redacta otros aún más atrevidos y caprichosos, esboza su autorretrato: REFLEXIONES YA INÚTILES DE UN CONDENADO Mi ideal literario: el derviche errante sufí. […]