Se fue sin despedirse de mí, le cuento. Y claro, eso lo sentí mucho. No sé, tal vez yo le recordaba su vida de antes, la de los tiempos amargos de Arístides, que ella ya había enterrado para siempre. De modo que usted que ha venido aquí averiguando cómo es este vecindario y quién vivía donde piensa vivir, múdese tranquila, le digo.