Decidí mudarme al Chelsea en 1960, sobre todo por la privacidad que me habían garantizado. Me parecía un sitio maravillosamente fuera de cualquier recorrido habitual, poco menos que un cuchitril en el que seguramente a nadie se le iba a ocurrir buscarme. Fue poco después de que Marilyn y yo nos separásemos.
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POLLOS Y HUEVOS
«¡Qué cabeza de chorlito, qué muchacha tan atolondrada!», decía de mí mi madre a un invitado, a un policía de visita, a un vecino que acudía a casa por algún problema en la granja. «¡Pero qué alocada es!» ¿Acaso creía en el mal de ojo? No. Y cuando los chinos, según nos cuentan, dicen de los suyos «Ésta es mi despreciable esposa», «Éste es el inútil de mi hijo», ¿conjuran de ese modo el mal de ojo?
1975
Al principio eran dos. Me miraban tan campantes, como si tal cosa. Eran apuestos y, como una pareja de actores, se mantenían totalmente alerta. Recuerdo que iban vestidos de blanco y negro –aunque igual me equivoco en algún detalle–, uno con un chaleco y el otro con una camisa de abuelo.
EN LA HABANA
Fue como entrar al ascensor negro que me llevaba a otro lugar, que era ningún lugar. A la mañana siguiente estaba de regreso en el mundo capitalista. No hay nada que decir de eso; es inexpresable, y es el presente.
DIÁLOGO ENTRE UNA DESCENDIENTE DE NOÉ Y UN PÁJARO
Pero el mundo es un lugar muy amplio, ¿no es así? Quiero decir, hay mucho espacio. ¿Realmente importa lo que sucede en unos cuantos lugares? ¿Si unos lugares se estropean, arruinan o profanan? Siempre hay espacio para continuar.





