Archivo

Aviones marineros

Aviones marineros

Hace algunos años escribí un artículo titulado “Madera de avión” en el que confesaba con guasa mis miedos a viajar por el aire, cosa que, por lo demás, y con no escasa valentía, acabo por hacer unas veinte veces al año. Me alegra decir que mi pulso ha mejorado mucho durante los vuelos, no sé si por acostumbramiento o porque ir dejando atrás edades nos hace más desdeñosos de la posible vida futura y más conformes con la ya acumulada.

Robert Whitehead, Arthur Miller y Elia Kazan en el Hotel Chelsea. The Inge Morath Foundation / Magnum Photos

EL AFECTO CHELSEA

Decidí mudarme al Chelsea en 1960, sobre todo por la privacidad que me habían garantizado. Me parecía un sitio maravillosamente fuera de cualquier recorrido habitual, poco menos que un cuchitril en el que seguramente a nadie se le iba a ocurrir buscarme. Fue poco después de que Marilyn y yo nos separásemos.

POLLOS Y HUEVOS

POLLOS Y HUEVOS

«¡Qué cabeza de chorlito, qué muchacha tan atolondrada!», decía de mí mi madre a un invitado, a un policía de visita, a un vecino que acudía a casa por algún problema en la granja. «¡Pero qué alocada es!­­­­» ¿Acaso creía en el mal de ojo? No. Y cuando los chinos, según nos cuentan, dicen de los suyos «Ésta es mi despreciable esposa», «Éste es el inútil de mi hijo», ¿conjuran de ese modo el mal de ojo?

TAN PRONTO, AURORA (II)

TAN PRONTO, AURORA (II)

Puedo recordar, sin exageración alguna, que las condiciones en las que conocí a Carles Álvarez y luego a Aurora Bernárdez no estuvieron exentas de magia, aquella que recuerda que a veces, en medio de la vida cotidiana, se abren grietas y ocurren cosas extraordinarias.

1975

1975

Al principio eran dos. Me miraban tan campantes, como si tal cosa. Eran apuestos y, como una pareja de actores, se mantenían totalmente alerta. Recuerdo que iban vestidos de blanco y negro –aunque igual me equivoco en algún detalle–, uno con un chaleco y el otro con una camisa de abuelo.