El proceso
Ingrese su fecha de nacimiento.
Ingrese los últimos cuatro dígitos de su Seguridad Social o use el lector de huellas.
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¿Se siente bien y saludable el día de hoy?
Luego vienen cuarenta y dos preguntas más que indagan sobre periodos que van desde las últimas seis semanas hasta un año: si tomo antibióticos o alguna otra medicina; si estoy embarazado (opciones de respuesta: Sí/No/Soy hombre); si he recibido alguna vacuna/inyección; si he donado sangre/plasma/plaquetas o recibido una transfusión de sangre/huesos/tejidos/piel o un trasplante de órgano o injerto de duramadre; si he estado en contacto con la sangre de alguien o sufrido un pinchazo accidental con jeringas; si he tenido sexo con alguien con SIDA (o si yo tengo SIDA) o con una prostituta o alguien que reciba dinero o drogas u otro tipo de pago por sexo (o si yo soy una de esas personas) o que haya usado jeringas para tomar drogas (o si yo lo he hecho) o con hemofilia o hepatitis (o si yo las padezco) o con otro hombre; si me he hecho un tatuaje o un piercing o me he retocado uno; si he sido tratado por sífilis o gonorrea; si he estado en prisión por más de setenta y dos horas; si estuve en Europa durante la crisis de las vacas locas o padecido esa enfermedad; si he tenido algún tipo de cáncer o tenido problemas del corazón, hígado o padecimientos relacionados con la coagulación.
Desde hace cuatro semanas he estado respondiendo este cuestionario cada vez que voy a vender mi plasma en Biotest Plasma Center. Allí nos llaman donantes: cuando los empleados se refieren a nosotros en voz alta y en los papeles que firmamos. Desde la tercera cita ya ni me tomo el trabajo de leer las preguntas: salvo en tres de ellas, la respuesta es siempre la misma: “No”. Si no me distraigo viendo algo en el televisor de la sala de espera, soy capaz de hacerlo en menos de cuatro minutos.
Biotest queda sobre la calle Gilbert, al sur de Iowa City, en una zona que no solía frecuentar. Había pasado por ahí unas cuantas veces en septiembre del año pasado, recién llegado al pueblo, camino a Crowded Closet, una tienda de segunda mano que queda cerca. Biotest es un edificio común y corriente, de ladrillos rojos. La primera vez que leí el letrero de fondo blanco, letras negras con el nombre de la empresa, y el logotipo rojo pensé que se trataba de un consultorio especializado en recibir donaciones de sangre y similares. La palabra plasma me llamó la atención pero pensé que era un truco para sonar más sofisticados.
La primera vez que fui a Biotest no pude ignorar el frío del aire acondicionado y el olor a hospital, antiséptico y alcohol. En el proceso de elegibilidad me demoré tres horas. Primero identificación: pasaporte, social security, prueba de residencia, huellas dactilares, algunos otros datos generales. Luego me llamaron a un cubículo cerrado en el que me esperaba una rubia, de no más de veintitrés años, muy parecida a la actriz Emma Stone. Vestía, como el resto del personal, una bata blanca desechable, guantes de látex y una máscara de plástico transparente para protegerse de salpicaduras. Su tarea era hacerme el cuestionario y sólo cuando mencioné que estaba tomando Amitriptilina y Terbinafine se desvió el interrogatorio. Le expliqué que las primeras me la recetaron porque a veces, cuando tengo mucho sexo, la verga se me irrita por la fricción y las segundas son para ver si de una vez por todas acabo con los hongos que llevan viviendo casi quince años en la cuarta uña de mi pie derecho. No se inmutó, no hizo ningún gesto que me permitiera adivinar qué había pensado de mis problemas médicos. Emma no estaba segura de qué hacer –más tarde vería su foto colgada en la pared de la sala de espera con una etiqueta escrita en inglés que decía Principiante en entrenamiento–, se excusó para consultar con sus colegas y alguien que parecía un supervisor, un tipo de camisa de manga larga que por su pantalón apretado que resaltaba un culo prominente me hizo recordar al bartender del Fox Head, ese que tiene un doctorado en literatura y es experto en Joyce –algo que sólo puede pasar en Iowa City. Me hubiera podido quedar callado, no mencionar que estoy tomando esas pastillas. Se me hizo aterrador saber que parte del proceso se basa en la fiabilidad de la información que proporcionan los donantes vendedores. Sabeth, mi novia, por ejemplo, no pudo donar vender por haberse hecho un piercing unos meses antes. Le habría bastado decir que era de hace más de un año para evitar el rechazo.
“You’re all OK. Sorry about that”, dijo Emma al cabo de unos cuantos minutos. ¡Sorry about that, sorry about that, estos gringos del Midwest siempre están pidiendo permiso y disculpas pa’ todo! Terminamos el resto del cuestionario y me entregó una carpeta que debía leer en la sala de espera. Contenía documentos que explicaban la plasmaféresis, el procedimiento al que voluntariamente estaba dispuesto a someterme: me conectarían a una máquina que extraería mi sangre, guardaría el plasma en un recipiente y devolvería las células rojas, blancas y plaquetas a mi cuerpo: en la devolución de los glóbulos rojos está el truco, si no lo hicieran también les estaría vendiendo mi sangre, y eso es ilegal. Upa, suena a pura ciencia ficción. ¿Esta mierda sí será higiénica y segura? Una vez que algo sale del cuerpo no debería volver a entrar. Había también información sobre el uso del plasma en terapias médicas para tratar enfermedades raras o crónicas como desordenes de coagulación, pulmonares o neurológicos, deficiencias inmunológicas, cirrosis, enfermedades infecciosas como la rabia, el tétanos, hepatitis e incluso el cáncer. Todo el paquete parecía muy bien elaborado, muy corporativo. Estaba claramente escrito con la intención de hacer sentir a los donantes vendedores que están en una compañía cuya visión y planes están dirigidos a ayudar a millones de personas enfermas. Marketing 101. Encuentro un volante con la palabra SUPERHÉROES en letras grandes en blanco sobre un rojo sangre de fondo; abajo, la frase “ayudando a aquellos que lo necesitan lideran vidas inspiradas”; un joven negro con la mano en el mentón y una mirada concentrada de la que sale una burbuja de pensamiento en la que se puede ver un a superhéroe de tira cómica (también de piel negra) acompañado de la frase: “Agradezco la oportunidad de donar plasma y ayudar a los que lo necesitan, como mi hermana”, debajo, también en letras blancas y fondo rojo la afirmación: “¡Los donantes de plasma son verdaderos SUPERHÉROES!”
Aviso que ya leí la información. Un sonriente y joven operario, como todos, me lleva a un consultorio donde me espera una mujer a la que llama Doc. Es alta y grande, rubia y es la única que viste uniforme negro. Victoria, una amiga de la universidad, me había hablado de ella. Victoria le tiene miedo a Doc por su pose imponente; a mí sólo me parece seria. Me pide responder un formulario plastificado con preguntas sobre la documentación que acabo de leer. Lo relleno con un marcador negro. Doc lo revisa, asiente con satisfacción y lo limpia con un Kleenex, listo para ser utilizado por el siguiente donador vendedor. Me toma la presión, revisa mis reflejos, me hace preguntas sobre mi salud en general. Me dice que todo está ok y que soy elegible para donar vender. Firmo unos cuantos papeles y me pide que vuelva a la sala de espera para empezar, ahora sí, mi primera donación venta. En todo momento el procedimiento ha sido muy profesional, tedioso pero diligente. Te hacen sentir cómodo.
En la sala de espera me doy cuenta que esto es real, que estoy a punto de sentarme a que me inyecten para sacar plasma. Me da susto cuando se me vienen a la mente recuerdos de mi niñez en los que lloro de forma desconsolada, en los que pataleo cuando me van a poner una inyección. Hay uno cuando tenía seis años: mi mamá y mi tía Sugey me emboscaron en mi cuarto usando como carnada una falsa sorpresa. Pero sonrío y me relajo cuando me recuerdo esquivándolas y escapando, gritando por la calle, enloquecido, mientras mi tía me persigue.
En cada visita, después de responder el cuestionario, me llaman a los cubículos. Primero, verificación de datos: nombre, dirección, teléfono, fecha de nacimiento, cuatro últimos dígitos del social security –los primeros días los leía de una foto que le había tomado a la tarjeta con mi celular. Me los terminé aprendiendo. Firme aquí.
Luego, a través de una inspección visual, la persona que me atiende verifica que no esté realizando donaciones ventas en otros centros. Primero me pide mostrar mis antebrazos por ambos lados, buscando señales excesivas o inusuales de marcas de jeringa o reacciones adversas a donaciones ventas anteriores. Y luego revisa –bajo luz ultravioleta– que las uñas de mis manos no tengan marcas de tintas invisibles de otros centros –en Biotest usan el índice derecho y ese es el que marcan una vez que se pasa la inspección. Finalmente viene una revisión física: peso, temperatura, presión, conteo de células en la sangre y hasta la pregunta obligada de si he estado en una zona de riesgo de ébola en los últimos veintiún días. En el computador registran cada dato, con la hora exacta, y puedo ver que mantienen el registro de los resultados de cada una de mis visitas.
Vuelvo a la sala a esperar el tercer paso: bajar al primer piso, a los cuartos de succión, como yo les llamo. En una pequeña recepción, el encargado revisa las carpetas de los donantes vendedores que han pasado el examen físico. Llaman mi nombre de pila, y según el protocolo debo responder con mi apellido y los cuatro últimos números del social security.
–Pase a la zona verde / azul / rosa –la que esté menos llena.
Aunque llevo mi iPad para leer o jugar Sim City, me gusta ubicarme cerca de alguno de los televisores. El primer día de mi donación venta era Memorial Day –un festivo nacional en Estados Unidos en homenaje a los soldados caídos– y en TNT estaban presentando una maratón, repetidamente, de Saving Private Ryan. Después sólo me ha tocado Futurama o How I Met Your Mother.
La sala tiene dos hileras de camillas enfrentadas. Las camillas son de cuerina y tienen una reclinación fija en la espalda y en los pies –para mantenerlos por encima del corazón y ayudar a que la sangre circule más rápido. En ambos extremos de la sala hay canecas rojas de desechos biológicos en las que los técnicos arrojan las intravenosas previamente cauterizadas para que no chorreen sangre, sus guantes violetas o azules después de atender a cada donante vendedor y las batas desechables al terminar sus turnos. Acomodo el codo en el apoyabrazo y espero al técnico que me va a atender.
Última verificación antes de ser conectado:
–Nombre, fecha de nacimiento, cuatro últimos del social, lea este número en voz alta –el código con el que se registra mi donación venta del día–. Una vez más los últimos cuatro del social.
Al lado de cada camilla está la máquina de plasmaféresis. No es para nada impresionante, parece una consola de dj blanca con dos discos a los lados y una pequeña pantalla de caracteres verdes que da información del proceso. El técnico conecta el recipiente de plasma y una bolsa con un líquido transparente que supongo es el anticoagulante. Me limpia el área donde me pinchará con una solución marrón, me pide abrir y cerrar la mano para ayudarle a encontrar la vena. Mientras me inyecta, desvío la mirada, simulando que estoy haciendo algo en el ipad aunque en realidad es que soy incapaz de ver. Conectado. A veces me da morbo y antes de que me pongan la gasa que cubrirá la aguja, echo una mirada al brazo: la aguja es mucho más grande que la de una jeringa común y el hueco y el bulto que crea en mi vena me da mucha impresión. Pero una vez que lo hago, una vez que empiezo a mirar, no puedo dejar de hacerlo.
–¿Se siente bien? Llámeme si necesita algo.
Espero no tener que hacerlo nunca; llamarlo. En una ocasión, a Gloria, otra compañera de la universidad, la aguja le quedó mal inyectada y de pronto se salió. Ella no suele ser exagerada, así que le creo cuando cuenta que la sangre le salía del brazo como la de un bebedero de agua.
Si yo fuera rico
Cada succión dura entre cuarenta y cinco minutos y una hora.
Me aguanto el frío del aire acondicionado –que en los cuartos de succión parece ser más potente que en el resto del edificio– porque siempre olvido llevar un saco; me aguanto las ganas de orinar que me incomodan pero sobre las que no puedo hacer nada; me aguanto la sensación de la aguja pinchando mi brazo; me aguanto tener que abrir y cerrar la mano sin parar, durante dos minutos, cada cinco minutos, cuando la máquina me lo indica, ayudándole a exprimirme; me aguanto el desespero que a veces me entra de querer sacarme la aguja e irme para mi casa, esa misma sensación de encierro que me da en vuelos largos; me aguanto la visión de la intravenosa volviéndose roja; me aguanto el aquí y allá de mi mirada entre el reloj de la pared –para ver qué tanto ha avanzado el tiempo– y la botella transparente llenándose de mi plasma –para ver qué tanto me hace falta–; me aguanto la visión de esos otros, estudiantes, adultos, ancianos, flacos, gordos, negros, blancos, hombres, mujeres, aunque todos conectados nos vemos iguales; me aguanto el miedo y reprimo los pensamientos de mandar todo a la mierda y volver a ser ingeniero para no tener que someterme a la pobreza de un aspirante a escritor; me aguanto el frío que acompaña a las células rojas cuando regresan a mi cuerpo; me aguanto la visión del recipiente finalmente lleno con ochocientos mililitros de mi rojizo plasma; me aguanto andar el resto del día por la calle con una venda estrangulando mi brazo para no desangrarme.
Mi exesposa solía decir que los problemas de plata no importan porque la plata va y viene. Le creía cuando la teníamos, pero en mi situación actual, cuando sólo va, y apenas viene, ya no estoy tan seguro.
Después de cuatro semanas, ocho donaciones ventas y unas quince horas de estar sentado he recibido 420 dólares, un promedio de 28 por hora. No me parece mal. Si enseño español en la universidad de Iowa 80 horas al mes y lidio con la malcriada elite estadounidense a la que no le interesa aprender otro idioma porque con saber “American” es suficiente, gano 1.543,09 dólares al mes –salvo en los que me descuentan los ochocientos de fees de cada semestre–, lo que termina traduciéndose en 19.30 la hora, después de impuestos. No me parece mal negocio esto del plasma.
La primera vez que lo consideré fue al mes de haber llegado a Iowa City. El salario de un TA de español da para pagar la renta, los servicios, hacer mercado, tomar cerveza y comprar una que otra cosa en Amazon. No podrá uno ahorrar para asegurarse un futuro, pero tampoco le hará falta nada. Sin embargo, mi situación recién llegado a Iowa City, en el otoño de 2014, era particular. Mi esposa se había quedado en Colombia y vendría en unos tres o cuatro meses, en cuanto terminara sus estudios de posgrado. Por eso alquilé un apartamento privado por el que pago una renta de 775 dólares, más servicios; muy por encima de lo que un TA puede pagar, a menos que tenga otras entradas o ahorros. En cuanto ella llegara, también empezarían a descontarme doscientos dólares de su seguro médico. Le comenté la posibilidad de donar plasma para ir ahorrando y no le gustó la idea. Me ocupé en otras cosas y me olvidé del asunto.
Volví a escuchar sobre las donaciones ocho meses más tarde, en la primavera. Mary, una compañera de clase, me contó que había empezado desde hacía un buen tiempo, sin ningún problema, y que le venía bien el dinero en este momento en que necesitaba ahorrar para comprarse un nuevo computador portátil.
Mi situación, para entonces, se había complicado.
Acababa de regresar de Colombia después de spring break con una copia de mis papeles del divorcio y una deuda por la disolución de bienes que pagué en efectivo con avances de mis tarjetas de crédito de Colombia. El monto total estimado, con intereses diarios, durante tres años, era equivalente a ocho mil dólares. Se venían, además, dos meses en los que no recibiría sueldo a menos que lograra conseguir uno de los trabajos de verano (cuatro plazas disponibles, diez candidatos). Aunque finalmente lo conseguí, decidí donar vender plasma porque de otro modo terminaría pagando la deuda en tres años y pensar en eso me agobiaba. Cada vez que acumulo cuatrocientos dólares transfiero el dinero a Colombia para abonarlo a mis tarjetas.
Los ricos son ellos
No soy un superhéroe. No me interesa simular que estoy siendo altruista y beneficio las investigaciones basadas en plasma –sobre todo porque la mayoría de tratamientos y medicinas resultantes tienen costos altísimos–[i]. Tampoco soy una víctima de un sistema que se aprovecha de mis dificultades. Elegí voluntariamente comerciar con mi cuerpo, ser parte, en mis propios términos, de este sistema que critico y explotarlo de la misma forma en que me explota a mí. Podría vender mis consolas de videojuegos o mi televisión o hacer trabajos freelance como ingeniero. Pero decidí hacer algo de lo que puedo sacar un buen beneficio con poco esfuerzo.
En un país de eufemismos como Estados Unidos –en el que la cacería es cosecha animal, en el que la tortura es un método de interrogación mejorado y los arrestos ilegales son detenciones preventivas prolongadas– no es extraño que prefieran llamarnos donantes o nos quieran hacer sentir como superhéroes. Como cualquier empresa que quiere atraer nuevos clientes, por las primeras cuatro donaciones ventas se recibe una compensación más alta: 50 dólares por cada una. Después de eso son 25 por la primera donación venta de cada semana y 45 por la segunda. Con esto buscan asegurarse que los donantes vendedores vayamos dos veces a la semana –el máximo permitido– para maximizar las ganancias de ellos y las nuestras. Además siempre hay bonos y promociones: 10 dólares por descargar un cupón de su website, 5 dólares por responder una trivia en Twitter, 5 dólares más por mostrar mi carné de estudiante, 30 dólares porque una amiga a la que me encontré en su primer día dijo, aunque no era cierto, que yo la había recomendado (algunos incentivos se reducen en épocas de alta asistencia).
Una donación venta por la que Biotest paga, en promedio, 35 dólares, puede resultar en 300 dólares en productos farmacéuticos, y son estas cifras las que han hecho que sea una industria de 12 billones de dólares al año sólo en Estados Unidos[ii], uno de los pocos países que permite que el pago a los donantes vendedores de plasma. En 2003 se realizaron 12.644.462 donaciones ventas y en 2014 casi llegan a triplicarse, con un total de 32.550.293[iii]. Se estima que en 2013 se recibieron 13.6 millones de donaciones de sangre[iv], menos de la mitad de las 29.391.097 donaciones ventas de plasma el mismo año. Tal vez el hecho de que instituciones como la Cruz Roja Americana se apegan a la definición de donación y no ofrecen un pago[v] esté llevando a los donadores de sangre al negocio de la donación venta de plasma.
La presencia de una empresa como Biotest en Iowa City es más que obvia porque cuenta con una mercado amplío en una ciudad universitaria. Treinta y un mil estudiantes:[vi] unos acostumbrados a ganar su propio dinero desde que estaban en el high school, otros dispuestos a pedirle menos dinero a sus padres ya endeudados con la matrícula y otros con ganas del más reciente iphone o de tener la mayor cantidad de dinero posible para celebrar sus veintiún años y beber en público por primera vez en su vida. Dos mil trescientos treinta y dos asistentes graduados (como yo) y tres mil setecientos tres puestos temporales en la universidad[vii] con sueldos bajos, o llenos de deudas o con necesidad de enviar dinero a sus países de origen o ayudar a sus familias. La tendencia al parecer ubica los centros en áreas de pobreza extrema, algunas con altos índices de abuso de drogas[viii]. Hay 496 centros de donación en Estados Unidos y 100 en Europa[ix].
En el Cambus, el sistema de buses gratuitos usado por la mayoría de estudiantes, Biotest también muestra sus afiches, el mismo de los superhéroes pero con diferentes personajes (hombres blancos, mujeres rubias, un joven que no sé si es latino o de ascendencia asiática) y diferentes lemas (“Es fantástico donar plasma y marcar una diferencia. Es fácil, rápido y divertido” o “Donar plasma me hace sentir fabuloso porque sé que estoy salvando vidas” o “Donar mi plasma es priorizar a otros porque dar es amar” o “Sólo se vive una vez y es una experiencia gratificante donar plasma y salvar una vida” o “Me siento fantástico donando plasma porque ayudo a la gente en formas que nunca imaginé” o “Donar plasma es mi forma de hacer una buena acción para una gran causa y estoy orgulloso de ayudar a otros” o “Tenía miedo de donar plasma pero me alegra haberlo hecho. Cada vez que lo hago sé que estoy ayudando a otros a vivir”). Pero no es la única empresa de este tipo en la zona: en Coralville, un pueblo de veinte mil habitantes a cinco minutos en automóvil, están las oficinas de BioLife Plasma Services. Su promoción es más directa y en su página web presentan testimonios de pacientes beneficiados por los estudios plasmáticos: “Me gustaría que los donantes de plasma sepan que los aprecio a cada uno de ellos, más allá de lo que las palabras pueden describir. Mi salud ha mejorado diez veces desde mi diagnóstico a los once años y se lo debo todo a los donantes”, dice Celina, quien afirma sufrir de inmunodeficiencia desde que está en sexto grado.[x] Las deficiencias del sistema inmune son de las enfermedades más beneficiadas en investigación gracias a la inmunoglobina intravenosa (IVIG, por sus siglas en inglés), uno de los componentes del plasma. Me pregunto de dónde saca Celina las decenas de miles de dólares al año que cuesta el IVIG; es poco probable que su aseguradora pague por tratamientos experimentales o tal vez sólo tenga que pagar un copago más alto.
Mi caso tal vez sea atípico y tengo la impresión no comprobable de que el donador vendedor ocasional es más parecido a mi compañera Mary: no están en una situación desesperada, simplemente están buscando dinero extra. Pero también creo que quienes estén en situaciones realmente malas estarían dispuestos a mentir no sólo sobre sus tatuajes o piercings sino también sobre su consumo de drogas, alcohol o vida sexual. Mientras la Cruz Roja Americana sólo les permite a los donantes hacerlo cada veintiocho días (trece veces al año)[xi], en sitios como Biotest se puede llegar a donar vender hasta ciento cuatro veces al año. Ciento cuatro veces que pueden llegar a ser más de tres mil quinientos dólares. Por supuesto que habrá gente que mienta. El tipo a mi lado se parece a Jesse Pinkman, el de Breaking Bad: pantalón caído, camiseta blanca larga, tatuajes por todos lados, piercing en la cara, gorra de béisbol; mis prejuicios me dicen que tal vez no sea vendedor de anfetaminas, pero hijueputa que sí parece adicto a ellas.
No sé hasta cuándo siga haciéndolo. Me asusta un poco. Aunque se supone que el procedimiento no tiene repercusiones para la salud más allá de una posible sensación de mareo después de la donación venta, he leído artículos que dicen que la exposición excesiva a los anticoagulantes usados durante la plasmaféresis puede, en casos extremos, provocar hipocalcemia, una disminución de los niveles de calcio en el cuerpo y puede llegar a ser mortal.[xii] Hasta el momento no he sentido ningún malestar preocupante. A veces tengo náuseas matutinas o mareo durante el día pero no estoy seguro de que sea debido a las donaciones ventas. Quiero pensar que no. Casualmente han coincidido con el hecho de que volví a dejar de tomar Amitriptilina y cada vez me dan mareos. Así que no sé. En mi brazo izquierdo, el único que he usado hasta el momento, se me está formando una pequeña costra donde me pinchan la vena. La toco y duele un poco. Me digo que debe ser normal porque estoy sometiendo mi brazo a dos horas semanales de pinchazos. Por ahora no me preocupo, cada centavo cuenta.
[i] De acuerdo a un artículo de 2009 publicado en The New York Times http://www.nytimes.com/2009/12/06/business/06plasma.html?pagewanted=all&_r=0
[ii] De acuerdo a un artículo de 2009 publicado en The New York Times http://www.nytimes.com/2009/12/06/business/06plasma.html?pagewanted=all&_r=0
[iii] Según información de la Plasma Protein Therapeutics Association (PPTA) http://www.pptaglobal.org/plasma/plasma-collection
[iv] Según información de la American Association of Blood Banks http://www.aabb.org/tm/Pages/bloodfaq.aspx#a1
[v] Según información de la American Red Cross: http://www.redcrossblood.org/donating-blood/types-donations/plasma
[vi] Según información de la Universidad de Iowa: http://www.uiowa.edu/homepage/about-university
[vii] Según información de la Universidad de Iowa: http://www.uiowa.edu/homepage/about-university/employment
[viii] De acuerdo a un artículo de 2009 publicado en The New York Times http://www.nytimes.com/2009/12/06/business/06plasma.html?pagewanted=all&_r=0
[ix] Según información de la Plasma Protein Therapeutics Association (PPTA) http://www.donatingplasma.org/donation/find-a-donor-center
[x] Según información de BioLife Plasma https://www.biolifeplasma.com/us/#/current-donor/patient-testimonials
[xi] Según información de la American Red Cross: http://www.redcrossblood.org/donating-blood/types-donations/plasma
[xii] De acuerdo a un artículo de 2014 publicado en The Atlantic: http://www.theatlantic.com/health/archive/2014/05/blood-money-the-twisted-business-of-donating-plasma/362012/